Villalobos

Hay cosas en política que están fuera de mi alcance. Dicho  de otra manera: mi inteligencia no alcanza para entender ciertos asuntos. Quizá esa es la razón por la que, como político, he tenido poco recorrido.

Voy a poner un ejemplo de mis limitaciones intelectuales y de mi nulo olfato político:

Cuando Doña Celia Villalobos apareció en la escena política, como alcaldesa de Málaga, proyectó una imagen de mujer moderna, liberal y poco convencional. Aparecía con una aureola de rebeldía porque, a veces, discrepaba de su partido, el Popular, cosa que generaba cierto jolgorio entre los periodistas afines y los lameculos variopintos.

Como regidora, tuvo unas actuaciones más que discutibles que, según sus detractores, hicieron que la dirección del partido la apartara de la alaldía. Entre otras, el concurso de ideas  para demoler el barrio de la Coracha, al pie de la Alcazaba, en el que fundió cien millones de pesetas del presupuesto municipal de becas, premios y ayudas a la investigación.

Ya hacía algún tiempo que yo venía pensando: “A esta mujer se la cargan”. Y no sólo por sus desaciertos municipales, sino por sus intervenciones televisivas, en las que, más de una vez, se enzarzó en discusiones de verduleras –pido perdón a las señoras que venden verdura– impropias de un cargo público.

Y , en efecto, así fue. Se la cargaron y la nombraron ministra de Sanidad, responsabilidad en la que tuvo intervenciones memorables, como la del caldito a base de huesos de cerdo, en plena crisis de las vacas locas.

Fueron un par de años. Desde entonces, desde que dejó de ser ministra, ha permanecido, todas las legislaturas siguientes, a la mesa del Congreso de los Diputados (coche oficial, escolta, etc..). Y, en estos años, ha dejedo un amplísimo muestrario de su talante: “A ver el tema ese de los tontitos”, refiriéndose a la provisión de plazas para personas discapacitadas. “No son más tontos porque no se entrenan”, comentario que hace por el retraso de su chófer y los escoltas, ante el temor de perder el tren.

Cuando en la legislatura anterior fue sorprendida por una cámara inoportuna jugandon al Candy Crush con el portátil, mientras presidía el Congreso y Mariano Rajoy intervenía en el debate del estado de la nación –el debate más importante del año– , me dije: “¡Ahora sí que la cagó! No creo que su jefe le perdone esto”.

En efecto. Acaba de ser elegida (quiero decir, designada por el dedo del líder carismático) vicepresidenta primera del Congreso de los Diputados. 105.000 euros más otras menudencias. Entre ellas, un portátil para jugar al  Candy Crush, al Apalabrados, o a lo que le pete.

Y ya en el ejercicio de su cargo, le faltó tiempo para insultar al diputado canario Alberto Rodríguez, al que, veladamente, acusó de llevar las rastas sucias, quizá con piojos.

También esta vez fue jaleada por algún/alguna lameculos.

Asumo mi ignorancia, pero….

¿Por dónde tiene agarrado a Mariano?

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