La edad de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, 68 años, y Donald Trump, 70, me ha hecho replantearme el concepto de ‘tercera edad’, categoría en la que se incluye a los mayores de 60 años -según la OMS-.
El aumento de la longevidad ha sido uno de los principales logros del siglo XX. En el año 1950 en el mundo había 200 millones de personas mayores de 60 años. En el año 2000 se superaron los 580 millones. El número de miembros de la llamada ‘tercera edad’ aumenta al tiempo que desciende la natalidad. Como resultado, la población envejece.
Pero, ¿qué entendemos por envejecer? Según la RAE, envejecer puede significar “hacerse viejo” o “permanecer mucho tiempo”. ¿Y qué entendemos por viejo? También según la RAE, dicho de un ser vivo, “de edad avanzada”. Otro significado sería “existente desde hace mucho tiempo o que perdura en su estado”. Un último, “deslucido, estropeado por el uso”, eso sí, cuando nos referimos a un objeto. ¿Y qué significa anciano?, esa palabra ‘maldita’ que nadie quiere que se le aplique… pues simplemente “de mucha edad” o “antiguo”. Entonces, ¿por qué esa virulenta reacción de muchos cuando se categoriza a una persona muy mayor de anciana? Pues porque si ser mayor es algo negativo para buena parte de la ciudadanía, ser anciano es todavía peor.
Porque el culto a la juventud y todo lo que ello conlleva, el “vive rápido” y “cómete el mundo”, y la obsesión por la forma física ‘perfecta’ y por la estética, entre otros factores, son fenómenos que directa o indirectamente desacreditan a los mayores y hacen que muchos -fundamentalmente jóvenes- confundan lo de “edad avanzada” con lo de “deslucido, estropeado por el uso”.
Gran error, porque los avances médicos y los mejores hábitos de vida han favorecido la aparición de un nuevo gran grupo social compuesto por personas mayores sanas -a pesar de los achaques, ¡quién no los tiene pasados los 40!-, con fuerzas, con ganas de seguir aportando sus ideas y trabajo a la sociedad, algunos desde la primera línea, como es el caso de Clinton o Trump, un nuevo grupo que no ha pasado desapercibido a los mercados y la mercadotecnia.
Si entramos en la ‘tercera edad’ a los 60 y nos hacemos ancianos pongamos que a partir de los 80 -es una percepción personal, no hay reglas fijas para establecer la frontera entre un mayor y un anciano-, teniendo en cuenta que cada día hay más personas que superan los 90, no podemos desaprovechar a esa gran masa social que durante 20 o 30 años puede seguir aportando su conocimiento y, sobre todo, su experiencia. Se trata de personas que, en muchos casos, han aceptado los triunfos pero también las desilusiones de la vida y que pueden ver las cosas de manera más serena, con “perspectiva”.
Eso si no les discriminamos. No en vano, ya en 1999 tres de cuatro europeos pensaba que era necesaria una legislación específica para luchar contra la discriminación por ser mayor, sobre todo en el ambiente laboral.
Así que ya saben, comiencen a mirar a sus mayores de otra manera. España sí es país para ‘viejos’, no le queda otra, como le sucede al resto de Europa.
(También para jóvenes: la crisis de la natalidad, la falta de empleo juvenil, eso lo dejo para otro día)