Ruinas

“Entre las truchas muertas y la herrumbre, fresas. Junto a las fábricas abandonadas, fresas. Bajo la bóveda del cielo, muñecas mutiladas y lágrimas románicas y fresas. Consumación de la leyenda. En los glaciares la venganza. Y, en los espacios asimétricos del tiempo, un relato de amor que la distancia niega y ocas decapitadas sobrevolando mi corazón. Por todas partes, un sol de nata negra y fresas, fresas, fresas”.

El poema “Fresas”, que recita su propio autor Julio Llamazares, en la preciosa película “El Filandón” de Chema Sarmiento, nos pone meridianamente al descubierto su desgarro interior cuando Llamazares pasea en sueños por su pueblo Vegamián sumergido bajo las aguas del embalse del Porma. Y lo que son las cosas, contemplando día a día el panorama enloquecido de Cataluña se me viene a la cabeza de inmediato aquel poema porque, si permutamos “fresas” por “ruinas”, no habría mejor forma de describir en pocas líneas tan desolador panorama.

Cataluña va camino de estar en ruinas por la culpa principal de sus gobernantes secesionistas, enloquecidos maleantes en manos de guerrilleros urbanos que ya debieran estar acusados de rebelión y convenientemente encarcelados; pero también hay muchos cómplices, por acción algunos y por omisión los otros. Los “podemos”, que ven una gran ocasión en el desafío catalán para materializar su anhelo de acabar con el sistema e imponer un régimen chavista dictatorial ya que, por sí mismos, tienen crudo asaltar el poder cuando la gente les está viendo el plumero de forma cada vez más clara, ellos mismos no se cortan un pelo en mostrarlo, bien es verdad que unas veces porque sí y otras sencillamente por pura torpeza. El PSOE manejado por un veleta que si hoy dice “so” mañana dice “arre” y al siguiente vuelve a decir “so”. Un Gobierno lento hasta el paroxismo a la hora de imponer el imperio de Ley hasta el grado de haber permitido la estancia en el poder de auténticos delincuentes aunque, por fin, se ha decidido a la aplicación del artículo 155, que esperemos aplique sin vacilaciones ya que tanto nos ha hecho esperar, muy en especial a los que más han sufrido la espera: esa mayoría de catalanes que se sienten españoles y estaban sometidos al yugo nacionalista y los agentes de la autoridad desplazados que han sido tratados como animales. Y por fin, la responsabilidad conjunta de los grandes partidos por no haber sabido pactar entre ellos cuando, a lo largo de los años, no tuvieron mayoría y prefirieron ir perdiendo terreno con concesiones a los nacionalistas; de aquellos barros vienen estos lodos en Cataluña:

Ruina política. Desde el punto y hora en que los políticos no respetan las leyes ni las instituciones saltándose incluso la Constitución como pilar básico de nuestro ordenamiento. Un incumplimiento que conduce al imperio de un nacionalismo fascista minoritario en Cataluña donde una parte de la ciudadanía oprime y secuestra la libertad de los demás que, hasta ahora, se mantenían acobardados y sometidos a ese absurdo.

Ruina económica. Provocando la huída de empresas, negocios, bancos e inversores en general que, lógicamente, prefieren alejar su dinero de lugares tan convulsos; el agravante es que esto ocurre cuando el país mantenía el mayor crecimiento de la zona euro. En su demencia, han llamado incluso a sacar su dinero de los bancos tratando de provocar su propio corralito, algo inaudito y de risa si no fuera tan grave.

Ruina educativa. En el ámbito de una sociedad enferma los niños son aleccionados desde la cuna para que tengan unas ideas concretas y sus mentes son embrutecidas con falsedades independentistas que no se conforman con tergiversar lo histórico sino que también se atreven con lo geográfico.

Ruina social. La peor y la más penosa porque ha conseguido fracturar las relaciones humanas llegando hasta el mismo tuétano del seno familiar. Hay familias que son fiel reflejo de la realidad social catalana, en las que se impone la ley del silencio por no discutir y otras en las que hay hermanos enfrentados entre sí o hijos en guerra con sus propios padres.

La solución no puede ser otra diferente que cortar por lo sano con un separatismo tan trasnochado y garrulo como anacrónico y egoísta en un mundo que tiende al globalismo; lo que no puede suceder, bajo ningún punto de vista, es sucumbir ante el incumplimiento sistemático de las leyes gracias al quebranto del orden público. Porque sin ley no hay democracia, la ley está para proteger al débil frente a la fuerza bruta y, en ese sentido, la fuerza ejercida por el Estado es plenamente legítima para preservar la legalidad. No hay nada que negociar fuera de la ley ni se negocia con aquellos que la incumplen pues, en caso contrario, quedaría desvirtuada por el chantaje ya que su cumplimiento quedaría limitado a quienes no tuvieran medios de presión frente a ella, “una ley injusta no es ley” que dijo San Agustín y nada hay más injusto como lo que solo tienen que cumplir algunos mientras otros se libran. ¿O es que este año vamos a pasar de hacer la ITV o la declaración de la renta por ser tan chulos como Puuigdemont? Ahora llega el momento del poder judicial y que los culpables paguen por lo que han hecho; como decía el fiscal interpretado por Gene Hackman en la película “Testigo accidental” cuando trataban de sobornarlo con amenazas: “disfruto escuchando al juez dictar sentencia y viendo cómo el cuello de la camisa les empieza apretar a los mafiosos”.

Como consecuencia de todo ello no es un buen momento para una reforma constitucional que no persigue el consenso sino amoldarse al ideario de cada cual y, en especial, al secesionismo paleto. Una constitución no es algo etéreo como piensa la “erudita” que ha alcanzado el número dos de su formación por derecho de consorte como en una monarquía un poco rara (y eso que no son monárquicos). La constitución es por vocación algo estable que conforma el armazón legal del sistema y por eso debe perdurar y no estar sujeta a los caprichos de unos y otros. Sin duda que puede ser reformada puntualmente para adaptarse a los tiempos pero no desde luego para calmar alucinaciones independentistas. Algunos piensan en cambiarla para eso y precisamente, si nuestra Carta Magna tiene algún fallo es la cuestión autonómica, el gran error de haber hecho distingos entre unas comunidades autónomas y otras tratando inútilmente de adormecer un nacionalismo que, por muchas concesiones que se le hagan, jamás aplaca su voracidad. Por eso, cada vez se clama más por una reforma constitucional que venga a conceder el mismo peso a unas comunidades que a otras y a establecer unas competencias que sean de común aplicación, en especial, la educación y la seguridad que, como se ha visto, no pueden estar en manos autonómicas al servicio de los caprichos egoístas de los gobernantes regionales que se vayan sucediendo.

 

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