Que nunca nos falten los abuelos

En cada comida familiar recordamos anécdotas de cuándo éramos niños. Mi abuela narra historias en las que aparece mi abuelo, que se fue hace ya más de una década y, lo que todas esas historias tienen en común es que todos acabamos riéndonos cuando acaba de contarlas.

Creo fervientemente que las personas son lo que dejan en otros cuando ellos se van. Mi abuelo es el brillo en los ojos de mi abuela cuando habla de él. Mi abuelo es las bromas que gastaba y que repetía una y otra vez y de las que todos nos acordamos 12 años después. Mi abuelo era rudo pero tierno y a mi abuela, que se llama Leonides, siempre le llamaba Señora Petra. Era de los que decían ‘Viva la Pepa’ cuando algo se caía al suelo, como un grito de anhelo por la proclamación de aquella Constitución de 1812. También era de los que pasó hambre y, aunque era un hombre de pocas palabras, nunca se cansaba de contar cómo vendía huevos podridos con tan solo 6 años para poder comer.

En cambio, mi abuela es de esas de las que podrían pasarse hablando horas sin que nadie las interrumpa y seguiría teniendo algo que contar. Supongo que por eso se complementaban tan bien. Es de las que se ríen por todo y de las que te sacan una sonrisa por menos de nada. De las que hablan gallego chapurreado del que solo se habla en los pueblos de las montañas bercianas.

Mi abuela es de las que piensa que no has comido nada después de haberte ‘zampado’ 4 platos principales, un postre y una fruta y, todavía te ofrece un bombón. Por si te has`quedao´ con hambre. Es de las que siempre te tienen un tupper preparado y de las que creen en los para siempre. De las que no saben pronunciar Ketchup y de las que no se pierden la telenovela. Es presumida y le gusta que lleves el pelo recogido.

Las personas son lo que dejan en otros cuando se van pero los abuelos no deberían de irse nunca. En realidad, creo que nunca lo hacen. O al menos, no del todo.

Print Friendly, PDF & Email