Pedro

Si yo fuera Pedro Sánchez, convencería al Grupo Parlamentario Socialista para que se abstuviese en la sesión de investidura de Mariano Rajoy.

Con ello conseguiría trasladar toda la presión, que desde hace meses están soportando los socialistas,  al Partido Popular, que ya no tendría argumentos para acusarlos de nada. Con ello, probablemente, se reduciría al mínimo el desgaste que están sufriendo y, con una buena campaña de explicación del voto, podría iniciarse la recuperación de la valoración de los socialistas, que hoy está bajo mínimos. A ello ha contribuido poderosamente esa idea machacona de que son los resposables de esta situación de desgobierno. Ya sabemos que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.

 

Evidentemente, si yo fuera Pedro Sánchez, no haría esto gratis.

Negociaría con Mariano Rajoy  y, con luz y taquígrafos,  dejaría muy claras las condiciones  de la abstención, como podrían ser, por ejemplo, la retirada de la Ley de Educación, la retirada de la reforma laboral o cualquiera de las propuestas del Partido Popular que chocan frontalmente con los planteamientos socialistas.

 

Si yo fuera Pedro Sánchez, no me escudaría en la simpleza de que los votantes socialistas no quieren que dejemos gobernar a la derecha. ¡Vaya gilipollez!

¡Claro que no quieren! Pero quieren menos que siga el gobierno interino actual, por cierto, de derechas y, estoy seguro de que contemplan con profunda tristeza cómo el partido que transformó España avanza, inexorablemente, hacia su destrucción.

 

Si yo fuera Pedro Sánchez, cuando concluyera todo el proceso de investidura y hubiese un nuevo gobierno de Mariano Rajoy, me iría para casa.

 

Lo haría, porque no hay nada más penoso que un político, a quien se le ha agotado el tiempo, siga deambulando por el Congreso provocando las sonrisitas de coña de unos y las palabras de aliento, que son peores, de otros.

Lo respeto demasiado para verlo en esa tesitura.

 

Desgraciadamente, o no, yo no soy Pedro Sánchez.

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