Paco «el inglés»

Era un literato que vivía en una ciudad industrial y ferroviaria. En una Ponferrada muy vulgar, regida por falangistas, curas y guardias civiles; también por el olvido y el aislamiento. Pero, sobre todo, por el carbón y sus empresarios; por la ambición y la niebla.

Aquel pueblo grande era un lugar sucio y cordial. Con muchas oficinas mineras, donde trabajaban administrativos, conserjes, delineantes. También había beatas de alcurnia y curas comunistas. Cofradías de nazarenos y cofradías de hombrones que iban al atardecer por los bares, bebiendo vino y hablando de fútbol. O de alguna mujer nueva y guapa que había venido a vivir a la ciudad. Por lo general, solía ser la esposa de algún médico o algún ingeniero.

Aquel mundo no era cómodo para Paco González. Que era un joven flaco, rubio y soñador. Con aspecto de escocés, como tantos bercianos del monte. Paco trabajaba en una de aquellas oficinas, pero él no tenía como objetivo ser un gerifalte de la burocracia. Menos aún ser recibido en la casa palaciega del Belga, entonces el Vaticano civil del Bierzo.

Él tenía alma de artista y de investigador. Lo suyo era la cultura. Y hacía lo que podía para ser buscar su camino. Estuvo en Argentina un tiempo; también en Inglaterra cuando muy pocos leoneses iban por allí. Aprendió el idioma de Shakespeare; le llamaba todo el mundo “Paco el Inglés”. Tenía un Vespa; iba por el Bierzo descubriendo ruinas y documentos, paisajes y vidas. Pintaba, escribía poemas, hacía fotos, organizaba humildes y meritorios actos culturales. Así lo conocí cuando yo era un niño y él un señor de casi cuarenta años. Asténico, inquieto, rápido, pelirrojo.

Luchó por labrarse otro destino. Ya tenía sus años, pero logró licenciarse en Letras y aprobar unas oposiciones de profesor de instituto. Le tocó ir a Teruel, y allí trabajó su tesis doctoral, que dedicó a los peregrinos medievales ingleses que hicieron el Camino de Santiago. Un tema muy complejo y difícil que le llevó a investigar en bibliotecas neoyorquinas. Más tarde se trasladó a Zaragoza, y arraigó en esa ciudad grande, amable, romana y estratégica.

Paco González no olvidó al Bierzo, venía por aquí a veces. Escribía libros y muchos otros textos, sobre todo de las tierras del Alto Sil, las que capitanea la villa de Toreno. Él era un hombre curioso y cordial, y es bien cierto que parecía británico. Su vida fue un curso de superación. Ello le vincula a otros grandes bercianos, como Ramón Carnicer, Andrés Viloria o Antonio Pereira. Generación irrepetible, que pobló de luz esta tierra, aunque la mayoría de sus miembros no vivieran aquí. Unos y otros, como Paco, partieron en clara desventaja, cada uno a su modo, pero alcanzaron sus sueños, su lugar en el mundo. Su vivir para la creación y el conocimiento. Desde la honradez, la pasión y la independencia.

CÉSAR GAVELA

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