Memoria de la humanidad doliente de la alta Cepeda: cuando el médico era un Dios (II)

La presencia del médico seguirá dando fe de la vida en los pueblos

Fran Martínez Álvarez

En la primera entrega de esta historia cepedana observamos cómo don Cayetano Bardón, de Rosales de la Lomba, se convertía en el Mesías de esta amplia comarca. Se personó en Quintana del Castillo solicitando la escribanía y presentando el título con el número de La Merindad de Quintana del Castillo de Cepeda expedido por Su Majestad La Reina Isabel II Por La Gracia De Dios Reina De Las Españas.

Cabe señalar que don Cayetano no era médico, pero sí que fue un gran benefactor de este distrito, velando en todo momento por el bienestar de su vecindario, redactando numerosas escrituras y testamentos y practicando incontables apeos, deslindes y amojonamientos de propiedades que personalmente pateaba una a una sin más ayuda ni instrumentos que una simple cadena de agrimensor.

Una vez presentadas sus credenciales, después de ser admitido por el Ayuntamiento y de encargar personalmente la construcción de su morada, se ocupó de recorrer todos los pueblos del municipio para conocer las necesidades que perturbaban al vecindario y así, fue como halló motivo suficiente para reunir de urgencia la corporación municipal en la casa común, en la cual con su puño y letra, fue plasmando en papel barba y sellado, un conmovedor legajo que decía así:

En el pueblo de Quintana a dieciséis de agosto de mil ochocientos cuarenta y seis, reunidos en la casa capitular de la jurisdicción de Quintana del Castillo los señores de que se compone el Ayto de Sueros, manifestó el señor Prõr (procurador) síndico que se hallaba desatendida la asistencia de enfermos del distrito por lo que la humanidad doliente venía sufriendo graves perjuicios y reclamaba poner remedio a este mal. En su consecuencia la corporación y los mayores contribuyentes de la territorial tomaron en consideración el evitar la suerte de tantos enfermos que por no poder pagar avenencias que les exigen cantidades que no pueden solventar se ponen en manos de la divina providencia consintiendo primero morir que llamar facultativo para su curación. Por ello es de parecer se ponga un facultativo de cirugía con el cargo de asistencia de partos y enfermedades, disección anatómica de cadáveres y hacer la varba una vez cada quince días en todos los pueblos del distrito, con la asignación de cincuenta cargas de centeno repartidas entre todos los pueblos del distrito y cobradas por sus pedáneos al recoger las cosechas.

Muy atractiva debió ser dicha oferta, pues se presentaron varios facultativos, algunos de gran renombre como: don Juan Álvarez, don Ramón Alonso o don Domingo Sánchez aunque de todos los aspirantes destacaba por su prestigio como así lo había demostrado don Pedro Nuebo, el cual, por sus méritos y cualidades fue elegido para cubrir la plaza, ajustándose a unas condiciones que “a modo de diez mandamientos” decían así:

  • Solo es admitido por un año.

  • Ha de vivir en uno de los pueblos Abano, Castro o Quintana a su elección.

  • Sin más retribución que las cincuenta cargas de centeno ha de asistir a los partos y demás enfermedades que puedan ocurrir a todos los habitantes y sus dependientes con residencia fija en los pueblos del distrito: a excepción de las enfermedades o heridas producidas de mano airada siempre que el agresor y paciente tengan vienes.

  • El facultativo ha de vesitar a los enfermos de peligro a lo menos una vez al día.

  • En enfermedades que según el relato del que da el aviso, el facultativo conceptúe ser de igual gravedad vesitará primero al que con antelación lo llame, sin interrupción de partos.

  • El facultativo no podrá ausentarse de los pueblos de la comarca del Ayuntamiento siempre que haya enfermos aunque estos no se hallen de gravedad.

  • En cuanto no haya enfermos puede ausentarse por un día para más necesita licencia del Ayuntamiento.

  • Llamado que sea el facultativo a vesitar al enfermo continuará vesitándoke sin necesitad de nuebo aviso hasta su completa curación.

  • El facultativo ha de tener dos mancebos destinados esclusivamente a hacer la varba el uno vivirá en Sueros y lo hará en los pueblos que le detallen y el otro cubrirá los pueblos de arriba, el cargo de hacer la varba es una vez cada quince días a todos los habitantes y sus dependientes con residencia fija en los pueblos del municipio.

  • El facultativo asistirá a las Quintas que concurran al reconocimiento así como golpes, heridas por mano airada y la disección anatómica de cadáveres sin exigir por todo ello daños, siempre que las causas se declaren de oficio o el reo o paciente no tengan vienes pues se entienden recompensados sus honorarios por el Ayto con las cincuenta cargas de centeno de asignación que el Ayto antes de llegar Agosto hará la división entre todos los pueblos del municipio.

Después de todo lo expuesto, cabe señalar, que fueron muchos los años que se renovó su contrato a tan insigne médico, un auténtico héroe y superhombre tenido por un dios. Muchas fueron las vidas salvadas, dolencias aplacadas y enfermedades vencidas. Y ante la gran extensión del municipio de entonces, al que al actual de Quintana habría que añadir Sueros, Castrillos y Ponjos, con tantas poblaciones y entre tantos pobladores, no sería difícil encontrar preguntas de: si aquel médico tan querido y respetado por todos, era un hombre de carne y hueso, o un ángel guiado por Dios.

Las dos moradas que en su día albergaron al médico y al escribano en Quintana permanecen unidas igual que en el pasado también lo estuvieron sus moradores

Desde entonces, muchos han sido los médicos que han convivido y lidiado con el sufrimiento, gozando a la vez del agradecimiento y educadas costumbres de estas gentes cepedanas, escuchando incontables saludos de “buenos días tenga usted” o de “usted siga bien”, sin faltar un respetuoso beso en el torso de sus manos, como prueba de agradecimiento por unas “manos de plata sanadoras”, regalo del mismo Dios.

Lejanos y casi olvidados han quedado aquellos tiempos, y a día de hoy, nadie pone en duda, que la ciencia médica ha avanzado que es una barbaridad, y debemos estar orgullosos de ello y de tener una de las mejores sanidades del mundo. Uno de los mayores logros han sido los inmaculados consultorios médicos de cada pueblo, que aunque han costado “buenas perras” también han cumplido con creces su cometido, aliviando también las enfermedades y dolencias, compartidas en enternecedoras tertulias. Tristemente, sobre ellos, se tiende una densa y oscura neblina, que en nada se parece a las esperanzadoras primaveras del pasado sino más bien a feroces y amenazadores otoños, que hacen presagiar a los más mayores un incierto futuro, que parece acercarse con la tan temida caída de la hoja.

Por todo ello, no sería justo ni razonable, que estos actuales tiempos de gloria en que se alardea de defender a los más débiles, fijar población o de haber creado un confortable estado de bienestar sean también protagonistas de dar el puntillazo de muerte a estas indefensas poblaciones dejando a su humanidad doliente a voluntad de la Divina Providencia. Soluciones “haberlas haylas el caso es encontrailas” y que no lleguen demasiado tarde, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad y se vean obligados nuestros enfermos, a pensar como aquel simpático y buen señor del pueblo de Castro que “retorciéndose” de dolor y viendo que el médico “no le acertaba” con la causa de sus males, exclamó con valentía y cierta sorna: ¡rediosla! valía más que Dios s’alcurdara d’uno, muerto el perro s’acabou la rabia; y apurando su inseparable botella de aguardiente entre la comisura de sus labios por los cuales se le iban los últimos halos de vida, aún tuvo fuerzas para decir:

Cuándo se morirá uno

Pa hartarse bien de dormir

Pa descansar a la sombra

Sin padecer ni sufrir.

La intachable presencia del médico en el consultorio, seguirá dando fe de la vida en los pueblos, como también en su día lo hiciera en incontables documentos, la inconfundible rúbrica notarial de don Cayetano Bardón

 

 

 

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5 comentarios en “Memoria de la humanidad doliente de la alta Cepeda: cuando el médico era un Dios (II)

  1. No nos damos cuenta de que no solo son necesarios sino imprescindibles y lo poco que, los que vivimos con un servicio médico cerca, los valoramos.
    Mi enhorabuena por hacernos conocer el valor de estos profesionales (yo diría que más que profesionales).

  2. Estupendo reportaje de la “medecina “ en nuestra Cepeda. Coincido contigo en los negros nubarrones que nos acechan , no solo en la medicina, sino en la despoblación que estamos sufriendo por falta de estímulos de los políticos (de cualquier institución).Enhorabuena Fran

  3. Muy interesante el artículo; y muy oportuno, en estos momentos.
    Evoca esos años de penurias, cuando la llegada del médico supuso un gran alivio para la población. No es de extrañar que el médico fuera casi un dios para ellos.
    El artículo resalta la evolución de la sanidad en esas pequeñas poblaciones, que actualmente disponen de una asistencia sanitaria excelente.
    Pero también alude al temor de que esos buenos servicios sanitarios no se mantengan en el futuro.
    Enhorabuena.

  4. Saber valorar y agradecer la presencia del medico, es una buena lección que nos han enseñado nuestros antepasados y que por desgracia se va olvidando, aunque quizá, sea el mejor servicio de que «NO SIEMPRE» puede disponer la humanidad doliente.
    Gracias por el comentario.

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