Las noticias que llegan desde las tierras cántabras no son buenas. Los romanos están conquistando territorios y venciendo a los duros montañeses. Para los astures sólo ha quedado una alternativa, firmar un pacto de hospitalidad para plantar cara a las legiones de Augusto.
Desconfianzas y viejos conflictos aparcados
La noche de este sábado todas las tribus astures estaban convocadas a una asamblea de gran importancia. Se debía discutir sobre cómo actuar ante la inminente llegada de las tropas romanas. Desde el inicio de la reunión quedó claro que la relación entre alguno clanes no es demasiado buena; acusaciones de robo de ganado, desconfianzas, viejas rencillas que salían a la luz…
Pero no era tiempo de discutir antiguas rivalidades tribales. La amenaza de una invasión y dominación romana podría acabar con el estilo de vida de los castreños. Guiados por las palabras sabias de los líderes de los clanes y bajo la presidencia del Caudillo astur, Sebius, los astures consiguen llegar a un acuerdo que marcará el devenir de sus vidas.
La unión hace la fuerza
Abandonado por momentos las diferencias que mantenían a las tribus alejadas unas de otras en la asamblea se resuelve conformar un ejército común con el que atacar a los romanos. Unos ofrecieron las murallas de sus castros como plazas fuertes, otros enviarían a todo miembro capaz de asir una lanza. Los menos belicosos aportarían cereal y ganado para sufragar los gastos de la guerra; y los más expertos mineros se encargarían de provocar desmontes para dificultar el avance romano.
Los Brigaecinos, taimados y negociadores, se mostraron un tanto disconformes con el pacto, aún así también sellaron el acuerdo.
Tomado el aguardiente y brindando por la buena fortuna en la lucha que se avecina los jefes de las tribus regresaron a sus castros para levantar un fuerte ejército de astures con el que vencer o morir ante los romanos.