La historia ha de ser rigurosa,…pero con ‘chispa’

 

Hace algunos días encontré en una biblioteca pública un libro cuyo título prometía mucho:era la historia de España desde 1.808 a 2.008.El libro era voluminoso y escrito al parecer de un autor de prestigio,pero en el momento que me puse a ojearlo un poco por encima,…..¡¡vaya chasco¡¡ me di cuenta de que leerlo era como ponerse a estudiar tras una noche de borrachera.
En mi opinión un buen escrito es aquel que “engancha”, es decir aquel que como ocurre con una buena película, una vez iniciada su lectura se hace difícil parar. Sin embargo este libro era el polo opuesto y explico el porqué. Se centraba demasiado en la interpretación que el autor hacía de diversos e importantes acontecimientos históricos;pero acontecimientos que sólo describía muy por encima. Nos encontramos con un típico problema al escribir la historia. Por un lado se halla la exposición pura y simple de una serie de documentos en los que queda reflejado el pasado,labor esta que es la misma que realizan los notarios, los secretarios,los fotógrafos o los cámaras de televisión de modo habitual. A partir de lo anterior lo que procede es realizar la interpretación de los hechos que es labor de historiadores. Ahora bien para que esta interpretación sea correcta (lo mas correcta posible),ha de apoyarse siempre,siempre en datos matemáticos por mucho que se diga que las matemáticas son de ciencias y la historia de letras. Veamos. La importancia de una batalla se evalúa por una serie de datos numéricos (combatientes,heridos,muertos,armas capturadas,….);la importancia de un reino también se mide a partir de datos numéricos (extensión,población,datos económicos,….).Estos son sólo dos ejemplos a los que cabría añadir muchísimos mas. Algunos análisis históricos no tienen en cuenta estos datos matemáticos o los analizan de modo muy superficial y por ello nos encontramos que un mismo hecho histórico es presentado a veces con caras totalmente diferentes según quien lo analice. La interpretación de la historia es siempre una labor que tiene cierto grado de subjetividad y la única manera de reducir al mínimo esa subjetividad es definir el hecho histórico con números. Es en definitiva la técnica que utilizamos en el campo de la ciencia. El análisis de un macizo rocoso se hace a partir de una serie de datos numéricos que sirven para poder compararlo con otro. De este modo dos afloramientos que a simple vista parecen idénticos en la práctica pueden tener importantes diferencias y viceversa.
Pondré un ultimo ejemplo que seguro entiende mucho mejor el personal:el fútbol. La trayectoria de un equipo se evalúa siempre a partir de una serie de números,como por ejemplo los títulos (nacionales e internacionales) logrados,el número de internacionales en sus filas y otros datos similares. No obstante tampoco se trata de reducir los libros de historia a una serie de tablas con datos y punto. Serían aburridos en extremo como lo son aquellos libros (el que yo cite al principio por ejemplo) que esencialmente se limitan a reflejar la opinión o el punto de vista del historiador de turno pero contando los sucesos sólo de modo superficial. Como en otros muchos aspectos hay que buscar un punto de equilibrio y aquí es donde está la habilidad de cada cual. De no ser así cualquiera podría ser un buen historiador.
Ahora bien además de todo esto en cualquier relato histórico conviene buscar lo que se podría definir como “la chispa de la historia”, es decir esos detalles curiosos que tanto impresionan al lector. En una ocasión al leer un texto sobre la batalla de Waterloo, me llamó mucho la atención un conocido detalle. Me refiero al de aquel general de Napoleón que estaba tranquilamente comiendo fresas cuando recibió la noticia de que se oían ruidos que parecían disparos de cañón. El general pensó (o eso al menos dijo), que eran simplemente truenos de una tormenta y no tomo medida alguna. Fue según algunos un error importante que de no haberse producido quizá hubiese cambiado el curso de la Historia. Detalles como este son en mi opinión muy interesantes. Todo relato histórico que los omita es parecido a una ensalada en la que falta el sal, el aceite y demás condimentos.
Claro que de nuevo esto plantea un peligro. Hay quien buscando relatos históricos que tengan “gancho”,siente la tentación de introducir datos que son inventados. Si obramos así podemos escribir una excelente novela;pero no un relato histórico. Hace ya varios años que escribí un libro sobre la historia de mi pueblo y hace escasos meses y hablando del mismo, un amigo mío me comentaba (no ha sido el único),que debería haber escrito es un relato mas “llamativo”, aunque dijese mentiras o medias verdades. Yo contesto lógicamente que eso supone escribir una novela algo que no tengo ni el ánimo ni la capacidad de hacer;aunque lógicamente una buena novela es sin duda alguna un gran trabajo, mejor incluso que un libro de historia.
En nuestra tierra se escribió ya en el siglo XIX un excelente relato ambientado en la historia “El Señor de Bembibre”, de Enrique Gil y Carrasco. Novela tan excelente que sin duda es una de las obras literarias mas importantes del Bierzo;e incluso de fuera del mismo. Aún recuerdo como en el libro de literatura española y universal que yo estudiaba en 1972 (y que aún conservo),la cita para regocijo de los bercianos,pero,….. es eso, una novela. Con buen criterio el historiador de Bembibre, Antonio Díaz Carro, escribió en 1978 en su libro sobre la historia de esta localidad berciana; que había que distinguir entre historia real y fantasías. Me parece muy bien, como dice el refrán: “al pan pan y al vino vino”.

Madrid 21 de julio de 2014
Rogelio Meléndez Tercero

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