La alegría de servir

Voluntarios de todas las edades ayudan a usuarios del Complejo Asistencial de León que precisan resolver gestiones, asistir a consultas, un respiro o compañía

‘Ser útil a un propósito para un determinado fin’ y ‘estar al servicio de alguien’ son dos de los significados principales de la palabra ‘servir’, que cumple a la perfección el grupo de voluntarios del Complejo Asistencial Universitario de León (Caule) que regala parte de su tiempo a los pacientes o familias que lo necesitan y comparten con ellos momentos de espera, gestiones, estancias, malos y buenos ratos; en definitiva… la vida.

Lo hacen en un entorno que suele resultar duro para los usuarios por las circunstancias relacionadas con problemas de salud y con una actitud que ya delata la imagen que ofrecen: chalecos con coloridos corazones que acompañan de palabras y gestos amables que son su carta de presentación para llegar a las personas que precisan de su labor altruista.

La necesidad -explica unas de las impulsoras del proyecto, la trabajadora social del Hospital de León María José García- hizo surgir la idea de recurrir a gente ajena al centro para colaborar en tareas diversas que exceden a la atención sanitaria propiamente dicha. “Nunca decimos que no a nadie. La respuesta siempre es ‘sí y a qué hora’”, manifiesta.

Atienden cuestiones tan diversas como un acompañamiento para solventar gestiones administrativas, asistir a una consulta o a unas pruebas, dar un respiro a parejas con niños ingresados, ocupar tiempo de ocio de pacientes de determinadas patologías -como los del Hospital Santa Isabel- o sencillamente pasar tiempo en las habitaciones de enfermos que no tienen familia, hablar con ellos y escucharles.

El boca a boca hizo que se superasen ampliamente las expectativas y los pocos meses de funcionamiento del grupo, que depende exclusivamente de las trabajadoras sociales, dejan ya un balance de satisfacción compartida entre los beneficiarios y estos ‘corazones andantes’ que reciben como pago a su labor una gran satisfacción personal.

Desde estudiantes a jubilados… el espectro de quienes quieren participar de esta experiencia solidaria que afecta a numerosos servicios del Caule y que ha tenido muy buena acogida por parte del personal sanitario es muy amplio, pero todos tienen en común las “ganas de hacer algo por los demás”, subraya María José antes de asegurar que están “muy contentos con la respuesta. Es gente de todas las edades tremendamente motivada e ilusionada… nos llama la atención. La única recompensa es el trabajo bien hecho; la emocional”.

A la tarea de acompañamiento, respiro o ayuda -perfectamente planificada para cuando los voluntarios llegan a cumplir su turno de mañana o tarde- se suman una pequeña biblioteca que el grupo ha puesto en marcha en la sala de voluntariado y un ropero que sirve para afrontar situaciones que se dan con peregrinos y otros usuarios del centro que necesitan prendas de las que no disponen y que ahora ellos también les facilitan.

“Los pacientes que necesitan más soporte suele ser la gente mayor, pero también mamás y papás de Pediatría, para respiro, gente de mediana edad con determinadas situaciones…”, detalla sin olvidar a enfermos que también reciben la visita de los voluntarios para desarrollar actividades lúdicas durante sus ingresos. Los voluntarios reciben formación y llevan un ‘busca’ para estar localizados y poder resolver cualquier duda que les surja y hasta la fecha no han protagonizado, afirma, ni quejas ni incidencias.

Victoria Mozos, trabajadora Social de Santa Isabel que coordina el voluntariado en ese centro de Salud Mental y Psiquiatría, asegura que los residentes “están encantados; cada vez se apunta más gente” y anima a que más voluntarios se decidan a colaborar en “un sitio que mucha gente no conoce. Queremos que se abra; es un hospital público; nadie vive allí, son estancias temporales”.

Protagonistas

Casi 80 kilómetros; es decir, una hora y diez minutos de viaje y otro tanto para volver es el esfuerzo añadido que la familia de la localidad de Sabero que integran Mónica y Víctor y su hija Alba hacen para demostrar, con su participación en esta actividad, su forma de afrontar la vida y sus circunstancias. La madre, de 50 años, asegura que tuvo muy claro siempre que quería ser voluntaria. “Probé en varios sitios y un día que vinimos a consulta -porque yo he tenido un cáncer cerebral- vimos el cartel de que necesitaban voluntarios. Yo pensé que no iba a poder hacer nada y se apuntó mi hija; luego me animé, porque hay muchas cosas que hacer y la verdad es que he encontrado mi sitio. Es una ayuda muy directa, no como otro tipo de voluntariado, aquí ves en el momento el resultado y me llena muchísimo”, comenta. El padre (53 años) -que sufrió en su día una hemorragia cerebral- en la actualidad, por motivos laborales, ha tenido que interrumpir el voluntariado.

“A mí desde pequeña siempre me han inculcado valores de ayudar y después de la experiencia que hemos vivido en casa te animas más a hacerlo con otras personas que están en una situación igual o peor. Me apunté y luego animé a mi madre y animo a la gente porque hace muchísima falta y es una experiencia increíble”, afirma Alba, de 21 años, sin titubeos.

Entre los más veteranos se encuentra Fernando, de 67 años, que después de jubilarse de su trabajo en el Centro de Referencia Estatal de Atención a Personas con Grave Discapacidad de San Andrés del Rabanedo buscaba algo en lo que ocupar parte del tiempo de su nueva vida. “La gente nos recibe con mucho cariño. Están enfermos, charlas, les haces compañía, les das una tranquilidad, lo agradedecen y te llevas la alegría para casa. Es otra forma diferente de ver a la gente”, resume sobre su vivencia.

Cristina, veterinaria madrileña de 54 años que lleva la mayor parte de su vida en León, se animó a participar -lo hace una tarde cada semana- porque quería ser voluntaria, le gustó que se tratase de algo nuevo y considera que además de funcionar muy bien tiene el aliciente de “tener contacto directo con gente que necesita un poco de ayuda. Te sientes útil. Estoy encantada”, afirma.

Inés, Raquel y Sofía son las más jovenes. Con 16, 15 y 17 años estas tres estudiantes de la capital leonesa optaron por dedicar parte de sus vacaciones de verano a una vivencia que consideran gratificante y recomendable.

Manuel Romero, de 34 años optó por Santa Isabel, donde se encarga de un taller de jardinería. “Hay días que asisten cinco o seis, otros días dos… y los jueves también tenemos fútbol sala. Son muy agradecidos, para ellos es como un poco de aire fresco; que venga alguien de fuera y les dé amistad les anima a pasar el día más entretenidos” comenta.

También en Santa Isabel ejerce su voluntariado Amparo Chimeno, de 54 años, vitralista que enseña a los residentes, por ejemplo, a decorar botes o a recrear pequeños motivos de la catedral de León. “Es un experiencia gratificante. Para ellos es salir de la rutina, hacer cosas nuevas -cestería, punto, pintura- y ver que son capaces; eso ya es bastante”, apunta.

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