Obituario

José Bernardo Díez, “Pepín”

Las yemas de mis dedos se congelaron. El ataúd de madera clara, noble, maciza, apenas pesaba. Sin embargo, la casualidad quiso que la llegada de Arsenio y mía coincidiera con el traslado del ferétro de Pepín del coche fúnebre al carrito  que le esperaba dentro de la Iglesia. A pesar de las medidas del la pandemia el templo estaba lleno. Los hipócritas no se encontraban al menos dentro. Sólo quienes realmente queríamos y apreciábamos al finado nos congregamos allí.

Sentí un escalofrío al depositar mi mano en la suave caja. Era un último abrazo a parte de mi historia personal compartida con él. Esa última llamada. Ese último café o caña con larga tertulia se nos escapó Pepín.

José Bernardo Díez, Pepín, se nos ha ido. Y con él prácticamente el último símbolo de una Astorga clásica, casi idílica de un siglo XX de nuestra querida Astorga. Una generación donde Astorga sí era “Casino, cuartel y catedral”. Donde el amor a lo bien hecho y la entrega a la ciudad desinteresadamente era norma, casi ley.

A Pepín lo conocí yendo a recoger en innumerables ocasiones al párroco de San Bartolomé de entonces, don Antonino. Ambos se iban de merienda y charlaban hasta llegada la noche. Con el tiempo, quién lo diría, ambos se convertirían en parte de mis mentores en eso del proceso de maduración personal.

Personaje habitual allí donde se diera cita algún acto cultural y social astorgano. Abogado de formación, tenía esa dialéctica reposada y rica de las personas cultivadas y el hablar en público de los maestros clásicos. Ejerció de empresario, de director de radio, de un sin fin de cargos sociales benéficos y societarios. Miembro de las Cinco Llagas, eterno vocal honórifico del Consejo de EDYPSA, periódico al que dió a luz con Alberto Matías y otros, hasta que se incorporó casi para obrar e milagro también Ángel Emilio Martínez; nuestro eterno presidente del Faro astorgano. Ambos conformaban un tándem excepcional. Ángel en el saber organizar la empresa, Pepín en sus relaciones públicas que le llevaron a ostentar sin nombramiento oficial director de nuestro Faro. Ambos cuánto cuidado pusieron en su relevo generacional, y cómo patateros y otros canallas estropearon todo lo sembrado durante décadas. Pepín siempre tuvo la ilusión de que varios volviéramos a “la casa” de alguna forma. Pero era imposible.

Aún recuerdo una comida en Castrillo de los Polvazares invitados por él, Arsenio García y yo. Los planes para mejorar la ciudad, la de cosas que había que retomar e impulsar. Y Pepín rodeado de febril planificación gozaba soñando con una Astorga donde nuevos  Gullones, Revillos, Rodríguez, Crespos, Herreros, Sobrinos, Martínez, Delgados, Luengos, Alonsos, Carros, Fidalgos, Lorenzos, Garcías… y tantos y tantos apellidos de honda raíz astorgana desfilaran por la vida social y páginas de nuestros futuros escritos, Unificar un sólo premio periodistico y honorífico…crear un buen museo activo de la Escuela de Astorga, el listado de enseres que teníamos localizados para el museo de prensa, rescatar la muralla del atroz ocultamiento y abandono. Volver a una ciudad de paseos, fuentes y edificios emblemáticos. Las gestiones para mejorar la sanidad y volver a tener clínicas privadas. Mejorar las comunicaciones…Una ciudad para sus vecinos y para los que la aman desde Madrid, Barcelona o Bilbao. Esas casi 35.000 almas astorganas que andan por el mundo y que debían encontrar en la Bimilenaria la casa materna, la tierra que les vio nacer y el orgullo de una ciudad donde la historia es parte del carácter de cualquier ciudadano astorgano.

Las cervezas en el Jardín, el café o la infusión en el casino, el vinito o la caña antes de comer con su alter ego Ángel Emilio y el amor por la lectura, especialmente por la prensa.

Sembró ese amor por Astorga a sus tres hijos que, con sus respectivos lebreles, dieron el último adiós al abuelo más cariñoso de este mundo en el funeral más sencillo y bonito posible.

No puedo negar que me gustaba escucharle contar historias de mi padre Ismael, de ese amor a Dios y a la buena educación. Gente de bien, gente de orden. Personas que destacaban por su liderazgo en su humanidad y su acción sincera y verdadera por los demás.

Pepín con sus achaques por la edad, aún tenía tiempo de preguntarme por mi salud, por mi mujer, “tu favorita” como le gustaba decir. “Y arriba corazones” cuando se trataba de brindar en buena mesa de alegría y charla. La Peseta a menudo era lugar testigo de su actividad social, No le quedaban a la zaga El Serrano, Gaudí y tantos buenos restaurantes y mesones de nuestra geografía.

Decir un hombre bueno se nos fue, no es verdad. Un astorgano católico y amante de su ciudad nos contempla ahora desde el cielo porque sólo allí pueden llegar las personas generosas que tanto amor repartió en sus 90 años de vida terrenal. Estate tranquila Marina, él nos cuidará al lado del Padre. Astorga sin tí, Pepín, pierde uno de sus grandes hijos como se reconoció hace unos años desde el Ayuntamiento. Y al decirte adiós a tí, es decir adiós a una Astorga clásica y mágica de nuestra juventud. Gracias por tanto amigo mío,

Alejandro Julián Garcia Nistal

2 comentarios en “José Bernardo Díez, “Pepín”

  1. Un gran artículo dedicado a un gran astorgano, que nos acaba de dejar tras una vida larga, fructífera y ejemplar. Pepin ocupará siempre un lugar de privilegio en la memoria colectiva de los astorganos y, especial, de los que seguimos amando la profesión periodística. Descanse en paz

  2. Emocionante semblanza, que queda como testimonio de cómo una vida entera puede volcarse en beneficio de una sociedad y una ciudad: Astorga, desde la entrañable amistad, la generosidad y la bonhomía. Quede como ejemplo para generaciones futuras y siempre en nuestro recuerdo. Gracias, Pepín.

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