Impiedad patológica

En la tarde del lunes, una mujer me detiene en la calle para anunciarme la noticia, que ya conozco por un amigo, del asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación leonesa. Con una sonrisa de oreja a oreja sentencia: quien a hierro mata, a hierro muere. ¿Cómo? le digo, ¿Quién mata a hierro? ¿Isabel Carrasco ha matado a alguien? ¡Cómo dices esa barbaridad! Conozco a la mujer y no puedo creer lo que dice ni cómo puede alegrarse de la muerte de una persona por muy adversaria política que sea. ¡Tanto odio alberga el corazón de alguna gente!

 

La muerte de Isabel Carrasco por varios disparos en una pasarela del río Bernesga no ha sido un crimen político. Por lo que vamos conociendo fue un asesinato por venganza, ejecutado minuciosa aunque chapuceramente por dos mujeres, esposa e hija del comisario jefe de policía de Astorga. Un policía jubilado, que oyó los disparos, siguió a la mujer que disparó el arma, detenida minutos después en una calle del centro de la ciudad. Cuando escribo, el arma ya ha aparecido en manos de una policía local, detenida como cómplice, y la mujer del jefe de policía, tras un intenso interrogatorio, ha reconocido el crimen.

 

Nada de lo que se ha dicho sobre la presidenta justifica un crimen tan horrendo, que no deseo seguir comentando. La justicia esclarecerá los hechos y nos dirá las razones que llevaron a una madre y a su hija a descerrajar sobre el cuerpo de la víctima cuatro disparos. Se habla de problemas laborales, de persecución de la presidente hacia ambas, que trabajaban, la madre, o habían trabajado, la hija, en la Diputación. También que eran militantes del PP. Estos dos días la prensa ha dicho muchas cosas, probablemente exageradas, y es posible que nos desayunemos en las tertulias con algún culebrón. La investigación, repito, aclarará el móvil de este crimen sin sentido.

 

Lo más terrible de este suceso me parece que ha sido la actitud de alguna gente, de demasiada gente. La mujer de la que hablaba al principio, que conozco, es una persona normal, incluso buena y bondadosa, pero el sectarismo le ha llevado a regocijarse con la muerte de una política. No de una política cualquiera, sino de una militante del PP. No ha sido la única, por lo que hemos visto caliente aún el cuerpo en el féretro. Miles de personas, más de doscientas mil al parecer, han escrito tuiters, amparándose en el anonimato, en los que han dicho barbaridades sobre la presidenta del PP leonés.

 

Isabel Carrasco, mujer de carácter fuerte y sin pelo alguno en la lengua, tenía en León muchos partidarios y muchos detractores, pero de ahí a desearle la muerte va un trecho muy largo. En León suscitaba pasiones y rechazos, pero esos tuiters no son solo de leoneses sino de gente de toda España. No fue una campaña orquestada sino, y esto es grave por patológico, insultos de los más variopinto pero del mismo cariz. Me imagino que, lejos de León, muchos no sabrán de Isabel Carrasco más que es del PP: presidente del partido y presidenta de la Diputación, no si lo ha hecho bien o mal. No les importa, es del PP y basta.

 

Parece que las masas de tuiteros necesitaban un muerto para saciar su sed de sangre, que les redimiese de no se sabe qué, tal vez la crisis. Una sociedad normal no puede desear la muerte con esa insania; pero esta es una sociedad enferma, en la que se ha perdido una de actitudes sobre la que se sustentaron durante siglos, pese a las guerras, las relaciones humanas: la piedad. La piedad es una virtud religiosa que, por amor a Dios, inspira a su vez amor a los semejantes; pero la religión no es algo que se lleve ahora y así nos va.

 

No ha sido un crimen político ni los insultos y calumnias, por más que algunos cargos del PSOE los hayan también lanzado, han de ser tomados en ese sentido. Sólo son síntomas del odio que ciertos partidos políticos suscitan en grupos antisistema. La dirección del partido socialista ha sido verdaderamente diligente y les ha obligado ha renunciar a sus actas de concejales. En este sentido, tanto éste como la mayoría de los partidos parlamentarios, a excepción de Bildu, han guardado minutos de silencio y se han solidarizado con el PP. Al menos las direcciones de los partidos saben lo que significa para un país el que estas conductas sean consideradas intolerables e incluso perseguidas. La violencia solo engendra violencia.

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