Gilberto Cuadrado

Era el sastre de Carucedo; era republicano y era joven. Pero cuando empezó la guerra tuvo que huir de su pueblo. Se fue al monte, y allí pasó un tiempo largo y terrible.

 

En 1940 logró llegar a Portugal, pero en tiempos de la dictadura de Salazar, las cosas no eran nada fáciles para quienes habían luchado contra Franco. Gilberto Cuadrado Soto fue sorprendido por guardias portugueses, se produjo un tiroteo, y allí murió el berciano, cerca de Vinhais, en el distrito fronterizo de Braganza.

 

Por aquel tiempo también murió en el monte, malherido, José, hermano de Gilberto; y pocos años después perdió su vida en Rusia Onofre, otro hermano que había sido reclutado a la fuerza para la División Azul. Datos crueles que reveló el historiador Santiago Macías. De personas que anhelaban un futuro más justo para su patria y que fueron trágicamente tratadas por la historia.

 

Al principio de su huida, Gilberto se ocultó en un túnel romano, cerca de Pombriego, en la vecina y hermana comarca de la Cabrera, y allí quiso dejar constancia de su paso. Pero no escribió su nombre, sino esta frase: “Recuerdo del Sastre. 1936”. Un apunte lírico en medio del dolor, de la incertidumbre, del infortunio. Una frase sobre la piedra cuya ejecución le tuvo que llevar varios días. Porque está grabada en letras grandes, mayúsculas; artísticas cabría decir.

 

Fue su pasatiempo en el túnel, su modo de decir sí a la vida, y a lo que pudiera venir. Este hallazgo, que también conocimos gracias a Santiago Macías, es tan ardiente como misterioso. El testimonio de un hombre que, como tantos otros, vio truncada su existencia por la guerra civil. Que tuvo que abandonar su pueblo y su trabajo para arrostrar el miedo, el hambre, el frío y la muerte.

 

Esa fue la vida de Gilberto Cuadrado Soto. Y no sucedió lejos, en parajes remotos. Sucedió en esta tierra nuestra del Noroeste. Donde tanto dolor aún impregna lugares muy hermosos y agrestes; bosques y montes por los que hemos ido algunas veces.

 

El Bierzo y la Cabrera son geografías de belleza, de armonía y encanto. Pero también son un templo laico del dolor. Las letras que grabó en la roca de un túnel Gilberto Cuadrado nos sobrecogen y emocionan. En su sencillez, en su verdad brava y sin suerte. Pero la memoria de esas personas que lucharon por el bien común no morirá nunca. Y los escenarios donde vivieron sus horas más trágicas, son ahora lugares de reflexión, de compromiso y de doliente paz.

 

CÉSAR GAVELA

 

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