Gibraltar desde las emociones

Disciplinas o ciencias tales como la psicología (desde hace tiempo) y la neurociencia (recientemente) corren el riesgo de apartarse del individuo común al incluir en su lenguaje una especie de jerga filosófica difícil de comprender, entendiendo por este –el individuo común– no al clásico cenutrio o cenutria lejos de cualquier atisbo de capacidad para asimilar el conocimiento sino a alguien como usted o como yo, que si no entendemos lo intentamos, y que no nos dejamos embaucar fácilmente por los atrevimientos del lenguaje utilizados “a posta” por aquellos que nos quieren dejar fuera.

Así que, aparte de lo que nos dicen las ambas disciplinas mencionadas sobre la cuestión de las emociones humanas –que de las de los demás bichos vivientes también se ocupan–, lo que yo quiero expresar aquí son las emociones –sin más– que me han producido en el pasado y que aún me producen el conocimiento del origen, desarrollo y situación actual del asunto de Gibraltar.

Fíjense que no hablo de los sentimientos derivados de las emociones, que si así fuera, poco habría aprendido en esta vida, consumida ya en gran medida, y estaría obcecado para mi única desgracia por el odio y sus próximos, cosa que “no es”.

Desde mi niñez, y así hasta hoy, el hecho que más me ha desconcertado, excitado y puesto en alerta ha sido la presencia y comportamiento de los abusones, cuya definición no es necesaria por obvia. Ese abuso de poder, que de los individuos concretos salta al de las instituciones, por mínimas que sean, hasta llegar a los Estados, máxima expresión del mismo, a mí me pone en alerta máxima y, si los damnificados son mi familia, mi gente o mi país, en alerta más que máxima.

Lo expuesto hasta aquí me lleva a la actuación de Inglaterra con España, limitando esta al conflicto de Gibraltar para no extender este minianálisis más de lo debido. (Desde hace un rato me está viniendo a la memoria la tragedia de Ángel Ganivet, cuyo triste final glosé hace unos años en “Las frías aguas del Dvina”, en este mismo medio, ejemplo de cómo sus emociones, generadas por la situación de la España que le tocó vivir, llegan a desquiciarlo hasta provocar su muerte).

La asociación a nivel de Estados de Inglaterra con el abusón nos la muestra la Historia en sus encuentros –más bien encontronazos– en tantos y tantos rincones del mundo donde les llevó su propia historia, apuntalando por algunos siglos –tampoco muchos–, su afamado Imperio. Pero los abusones, cuando no tienen la legitimidad de su parte recurren, de forma natural, al engaño y a otras triquiñuelas impresentables a todas luces –menos a las suyas–, como es el caso de Gibraltar: desembarcan en el marco del confrontamiento entre austracistas y borbónicos, todos a costa de España, por la sucesión al trono del último de los Austrias españoles, Carlos II y, ya que están allí, en 1704, desobedeciendo a quien allí les llevó y al orden reestablecido posteriormente, pues allí se quedan. ¡Ya vendrá después un Tratado que los legitime! Y uno piensa: ¡Qué tiempos aquellos en que las galeras castellanas, allá por 1380, se paseaban por el Támesis como por su casa! (Este es un merecido recuerdo al marino aquel que capitaneó la hazaña: Fernando Sánchez de Tovar).

Y desde entonces la decepción crece y crece con cada acción de España, sobre todo, que las de los demás disgustan pero duelen menos. El Borbón advenido Rey de España consolidando las políticas de su abuelo el Rey Sol, cediendo cachitos de nada como Flandes o Gibraltar; la pereza de Gobiernos y Gobiernos de España a tomarse en serio este asunto –más allá de algunas operaciones fallidas–, cubriendo o al menos tratando de cubrir a la Marina de sus carencias para afrontar el futuro que ya entonces se veía venir.

La Historia con mayúsculas es la que es y no las interpretaciones varias que, dependiendo de la tendencia historiográfica de moda o de quien detente el poder, nos puedan hacer llegar. Por desgracia, el resultado de los avatares de los tres últimos siglos es que esta porción perdida del territorio español está cada vez más lejos de abandonar esa situación, y que, como apunta el Capitán de Navío Aurelio Fernández Diz en un reciente y acertado artículo, la independencia como Estado de Gibraltar no está en el horizonte de los cien años –como dejan oír fuentes oficiales gibraltareñas– sino en otro mucho más cercano.

 

Juan M. Martínez Valdueza

2 de noviembre de 2020

 

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