Felipe Herce

Felipe Herce murió cuando yo era un niño, en los primeros años 60. Yo no sé cómo era Felipe, qué rostro tenía, cómo se movía, qué tipo de ropa llevaba por la calle. Solo sé que trabajaba cerca de donde yo vivía con mis padres y hermanos porque la emisora de Radio Juventud de Ponferrada estaba en la calle Ave María. Pero como en aquel tiempo mi vida era ir al colegio, jugar en el parque de la MSP y estar en casa, hubiera sido muy extraño que lo conociese.

Felipe Herce se fue joven, y recuerdo que se habló mucho de eso en la ciudad. También, claro, en la radio, que yo ya entonces escuchaba con gran curiosidad. Pero más que Felipe Herce, quien había muerto era “Alexis”, que ése era su seudónimo. El nombre griego con el que firmaba sus crónicas de la ciudad, las que él mismo leía en la emisora, en la hora principal del almuerzo, unos minutos antes de que el régimen de Franco largara su diario hablado de las dos y media, precedido de aparatosa música militar. Aquel parte de guerra que mi abuelo Higinio, viejo republicano católico, apagaba inmediatamente en cuando sonaban los clarines. Y yo creo que igual que mi abuelo hacían muchos bercianos. Pero esas mismas personas sí que escuchaban a “Alexis”, porque contaba las cosas con gracia y belleza, con naturalidad. Él narraba el mundo que sucedía en el remoto Bierzo de los últimos 50 y primeros 60, y cuando Felipe murió nos quedamos todos un poco huérfanos, incluso los niños. Yo lo eché mucho de menos, es verdad. Y sentí su muerte, y me pareció injusta porque era muy joven.

Desde aquel tiempo tan lejano, “Alexis” fue para mí una sombra, pero nunca el olvido. Él se quedó en la memoria, protegido humildemente por ese cariño raro que uno siente por alguno de sus vecinos. Aunque fuera un vecino misterioso, poco más que un rumor. Como también lo sería, años después, otro colega suyo, Luis Regales, que era corresponsal del “Faro de Vigo”, y que un día parece que decidió dejar este mundo. O eso se decía.

Pero Felipe Herce tenía una ventaja sobre Regales, y sobre otros modestos periodistas que uno leía y seguía ya desde la niñez: “Alexis” dejó un rastro indeleble en la memoria. El de su voz. El de la manera en que refería la vida de Ponferrada. De aquella Ciudad del Dólar que tenía treinta mil habitantes, muchos trenes carboneros, muchos camiones estrepitosos, y sus calles convertidas en abruptas carreteras. Quedó el sonido de su voz, jovial, segura, acariciadora. Quedó aquel rastro de romanticismo que dejó una muerte en la memoria de un niño. Y la convicción de que no podía haber en el mundo una profesión más hermosa que la de periodista. Yo eso lo sabía, pero nunca la ejercí. Porque uno es contradictorio. Aunque me hubiera gustado mucho ser como Felipe Herce, y contar la vida desde una emisora de Ponferrada. Porque lo local, lo más cercano, es lo que acaba siendo universal.

CÉSAR GAVELA

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