Hablar de España es hablar del rey, la Historia así lo acredita. La monarquía ha sido y es la, salvo periodos breves de tiempo, forma política del Estado español. Actualmente lo establece claramente nuestra Constitución en el artículo uno apartado tres. Más allá de nuestros complejos y sentido fatalista del destino a modo de fado portugués, no nos ha ido tan mal con esta forma de entender la jefatura del Estado, ahí está la realidad histórica.
La importancia del rey queda patente en el Título Segundo de la Constitución que de manera precisa regula su esencia y funciones. Es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Con esto es suficiente para que se gane el jornal. En momentos en los que todo se pone en duda, incluso la unidad nacional, el rey personifica la voluntad de los españoles de vivir un proyecto común en paz y libertad.
Nuestro rey se caracteriza por la discreción, templanza y prudencia en unos momentos en los que hacer gala de estos es especialmente complejo, simplemente porque no están de moda y son un baluarte ante pretensiones que amenazan nuestra paz y seguridad. Debates extemporáneos y estériles sobre la jefatura del Estado nos alejan de las cuestiones realmente importantes que España necesita resolver hoy y ya.
La paz y seguridad, como está demostrando la guerra de Ucrania, se tienen que ganar día a día y bajo un paraguas de proyectos de futuro que sumen voluntades, ideas universales e identitarias en las que no quepan exclusiones ilícitas como los nacionalismos racistas. La identidad española es mestiza, mezcla de sangres, lenguas y culturas, eso es lo que nos ha hecho grandes.
Hoy, necesitamos paz y seguridad para resolver los grandes retos que nos afectan. Debemos resolver el problema de la carestía de la vida, el paro, el futuro de nuestros hijos y los desafíos de una sociedad tecnológica respecto de la que no tenemos la menor idea de cómo será y si estaremos preparados para afrontarlos con garantías, por ejemplo.
Apostar por el rey no debe ser consecuencia de un mero sentimentalismo fruto de la tradición o romanticismo consecuencia de nuestra alma pasional y leal, que también pudiera ser, sino que debe ser fruto de un sentido práctico basado en la eficacia y garantías que ofrece frente a los retos que nos acorralan. La figura del rey aporta solidez al Estado y a la Nación, lo que tiene un efecto multiplicador en las sinergias que necesita la economía de un país para desarrollarse adecuadamente.
Nuestra monarquía, nos cuesta a cada español unos 0,17 céntimos de Euro. Considero que no es un gran esfuerzo económico al que se puede hacer frente sin que nuestras economías se sientan gravemente alteradas. Miren cómo está la monarquía británica de rumbosa y lo contentos que están los británicos con ella. Han sabido hacer de su monarquía un verdadero patrimonio nacional. Quizás nosotros podamos aprender algo de los británicos en este sentido.
Felipe II fue calificado como el rey prudente. España alcanzó su máximo esplendor bajo su reinado y dejó un patrimonio del que vivieron durante muchos años nuestros ancestros. Prudencia de la que hace gala nuestro actual rey Felipe VI. Prudencia y trabajo de nuestro rey que son el marchamo de calidad de un monarca moderno que aporta mucho y cuesta poco. España y el rey están indisolublemente unidos.