Una vida digna y ejemplar. En memoria de Marco Antonio Fernández

Acaba de dejarnos, después de pelear hasta la extenuación en un más que desigual combate, nuestro amigo Marco Antonio Fernández “Marco” una de las personas más dignas, leales y ejemplares que hemos conocido.

 

Querrían ser estas torpes palabras un modesto recordatorio a tu persona, que nos dejó una huella tan profunda como imperecedera. Resulta imposible glosar esa ya añorada figura –se necesitaría mucho más espacio y, más importante, una mejor pluma– pero sí debemos incidir en algunos valores (muy grandes) que te hicieron, empezando por la nitidez de tu mirada, tu nobleza y tu sencillez, una referencia para todos los demás.

 

Leal hasta la extenuación, conversador impenitente, amigo de todos (no sólo de tus amigos), amante de una buena mesa y, no menos substancial, de tus reverenciados Atlético Astorga y Real Madrid. Imperfectamente humano. Conocedor de la diferencia entre ser útil e importante. Consciente de cuál era tu lugar en el mundo –el que tú habías buscado– elegiste tu trinchera y, desde ella, nos diste lecciones todos y cada uno de los días que compartiste con nosotros. Perdiste muchas veces, pero ganaste muchísimas más. Después de todo eso ¿Cabe una vida más digna?

 

La próxima vez que tus amigos nos reunamos se nos caerá una lágrima –sólo una, no querrías que fuesen más– que nos devolverá tu añorada presencia. Lejos de desaparecer, has multiplicado tu aura a través de todos nosotros y estarás, si cabe, más presente de lo que estabas. Y nos acordaremos de todo lo que quedó pendiente: las interminables charlas en las que, con desigual fortuna, intentábamos arreglar nuestra amada Astorga, primero, y el mundo, después; la tantas veces aplazada visita a La Eragudina; las comidas en “la nave” siempre rematadas con un buen “Gin” cuya clave está a partes iguales, como tantas cosas en la vida, en el mimo que se le dedique y en las adecuadas proporciones; tantas risas y confidencias…

 

Todos sabemos dónde estás ahora y también que nada allí te resultará novedoso. ¡Tuviste tanta suerte! Muy pocos llegan a conocer el cielo en la Tierra. Tú sí. Ese cielo inmenso que es Aida y que nos mostró, un día tras otro, como el amor puede ser incondicional y absoluto.

 

Gracias, amigo, por tu lealtad, tu ejemplo, tu dignidad, también por tu voz y por tu gesto. Aida, tu padre, tu hermano, tu adorado sobrino, toda tu familia y todos nosotros –una treintena larga de amigos– nos ocuparemos de guardar, como sin duda te mereces, tu memoria. Sit tibi terra levis.

 

 

La Pocha

 

 

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