El mutis de Herrera

Tendrán que pasar algunos años para poder tener la suficiente perspectiva, datos comparativos y agudeza de análisis para valorar con certeza la larga etapa de Juan Vicente Herrera como presidente de la Junta de Castilla y León. Este abogado burgalés, licenciado en Derecho por la Universidad de Navarra, con familia de cierto reconocimiento en la capital de Castilla la Vieja, se dio a conocer como secretario general en la todopoderosa Consejería de Economía y Hacienda del leonés Fernando Bécker. Soltero, aunque con novia de muchos años, Herrera entró en el equipo de Juan José Lucas que le colocó finalmente en el puesto de portavoz del Grupo Popular en las Cortes, por entonces en el Castillo de Fuensaldaña. Fueron José María Aznar y Lucas, sobre todo éste último, el que le dio el definitivo espaldarazo para sustituirle cuando todo el foco mediático estaba centrado en José Manuel Fernández Santiago, vicepresidente, consejero de casi todo y portavoz; y el fallecido Tomás Villanueva, segundo vicepresidente y eterno aspirante al cetro que nunca llegó.

Hubo un primer tiempo de un Herrera abierto, simpático, cercano…Pero dos cosas por encima de todo, quizás tres, le fueron apartando de la realidad y la importancia del peso político nacional. Lo primero fue desarticular el entramado de aznaristas y juanjistas en la estructura del partido en toda la región. Poco a poco, sus consejeros de confianza y afines fueron a la par presidentes provinciales de forma que el Gobierno conectaba con el partido y el partido con el propio Gobierno. La unidad, el bloque para fortalecer quizás un liderazgo que se encontró y que no se hallaba cultivado en los primeros tiempos, ni era propio de su carácter inicial. La «rebelión» de Carrasco y Villanueva, “la dictadura de los enanos” la tildaba un alto cargo empleado regional del partido, ambas figuras por desgracia fallecidas, se extendió hasta consejeros crecidos a la sombra de estos líderes provinciales de León y Valladolid. Se llegó a controlar una conspiración de cinco provincias fijas en el bando contrario al presidente. Tarea ardua a la que se puso manos a la obra «Juanvi» y fue desarticulando acá y acullá. Recuerdo ese brazo por encima del hombro en los jardines de Las Francesas cuando le comunicó a Carrasco que se iría de senadora por las Cortes dejando el Ejecutivo. Y momentos así dilatados en el tiempo, el espacio y esta memoria de periodista en la Corte.

Otra gestión, para muchos errónea, fue la del muro que levantó en el Gabinete propio. Mientras que Aznar y Lucas eran presidentes que gustaban de visitar a todo el que fuera alguien o algo en los pueblos y ciudades de Castilla y León, el contacto cercano y de buen tipo que era y es, se perdía mucho por la falta de accesibilidad excesivamente celosa que dejó crear en torno suyo. Y mientras la maquinaria electoral y de partido creada por Aznar, desarrollada por Lucas y explotada a toda vela con Herrera funcionó legislatura tras legislatura, muchos hemos echado en falta más generosidad de los Gobiernos centrales populares a su granero. Presi, tenemos una conversación pendiente, hasta siempre.

ABC

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