Eje León-Ponferrada

He leído los programas electorales de casi todos los partidos políticos y en ninguno de ellos he visto propuestas sobre la necesidad de incrementar las relaciones a todos los niveles entre las ciudades de León y Ponferrada. Existe una anormalidad histórica, asumida socialmente, por la que Ponferrada y León están condenados a ignorarse, a vivir de espaldas y a ahondar más en lo que las separa que en lo que les une. A pesar de la autovía, el Manzanal sigue siendo una barrera psicológica que separa dos realidades. El tren decimonónico que une a ambas ciudades es fiel reflejo de este estado de cosas. Que nadie exija una unión ferroviaria moderna entre las dos ciudades más pobladas de la provincia es un síntoma de la enfermedad crónica que padece la provincia. León se encierra en sí misma, se lame las heridas e ignora al vecino natural. Y lo mismo sucede en Ponferrada, para la cual León es la capital administrativa por imperativo legal y poco más. Además, la descentralización administrativa de los últimos decenios ha llegado a hacer pensar a los ponferradinos que no necesitan para nada a los leoneses. Craso error.

El ahora alcalde de León en funciones, el popular Silván, decidió un día tender un eje de colaboración con la capital vallisoletana. El proyecto no pasó del intercambio de músicas folklóricas, pendones y productos agroalimentarios. El fracaso se consumó cuando el alcalde socialista de la ciudad de Valladolid anunció su propósito de seguir el catastrófico modelo demográfico de Aragón, al emular a Zaragoza como ciudad de acogida del aluvión de quienes abandonan el  mundo rural. Silván rompió relaciones y le devolvió las cartas de amor a Puente. Y ahí se acabó el eje de acero León-Valladolid, que al final se descubrió que era de hojalata.

León y Ponferrada han tenido durante cuatro años alcaldes del mismo partido, el PP, y no ha habido acercamientos de  ningún tipo. De  ninguno de los dos extremos ha salido en estos años la más mínima propuesta o iniciativa para aunar esfuerzos en busca de soluciones a los graves problema que sufre la provincia como la desindustrialización, el remate de las infraestructuras, la conexión con el Eje Atlántico, la implantación de la banda ancha, la universalización de los servicios públicos de calidad, la alternativa a las cuencas mineras y a la transición energética. Por no haber colaboración no la ha habido ni en el campo cultural, que siempre suele ser más amable y neutro. La brecha psicológica de El Manzanal es tremenda, casi insalvable.

¿Cuántas veces se han reunido en estos años los alcaldes de León y Ponferrada? Salvo para ir al fútbol en los clásicos encuentros de máxima rivalidad entre vecinos, creo que nunca. Jamás. ¿Es normal esta actitud? Y lo que sorprende no es el pasado sino el futuro. Ningún partido político echa de menos esta falta de colaboración institucional entre León y Ponferrada. Al final, el resultado, es una provincia desvertebrada en dos realidades antagónicas; no se declaran ni el amor ni la guerra, pero se ignoran.

Ponferrada es para León paso obligado al noroeste peninsular y al Atlántico y León para Ponferrada es paso necesario para Europa y el Mediterráneo. Dos realidades complementarias que prefieren ignorarse. El eje León-Ponferrada es una oportunidad, pero ambas partes prefieren justificar su fracaso en el victimismo antes que pedir ayuda al vecino.

Lo primero que deberían hacer los alcaldes salientes de las elecciones el 26M en Ponferrada y León es llamarse y quedar a hablar. Tender puentes, colaborar, provocar sinergias. Crecer juntos.

 

 

 

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