¡Ay, Mariano!

Gallardón ha dimitido. Y no sólo eso, sino que ha anunciado que abandona  la política.

¡Esa sí que fue una victoria trabajada, Mariano!

Así que me estoy imaginando al Presidente del Gobierno, retrepado en su butaca presidencial, camino de China, con un puro XXL en la boca, y con esa sonrisa de niño malo, que no sabe poner, repasando los acontecimientos:

–¡Joder, Mariano, qué listo eres! A veces me das miedo. ¡Y qué previsible es la gente! ¡Y qué tonta!

Deshacerme de  Gallardón me costó un poco más de lo previsto  –supongo que se dio cuenta de que el Ministerio de Justicia era un caramelo envenenado–  pero al fin cayó, y además lo hizo con la valoración más baja de todo el Consejo de Ministros.

–Albertito, ¿cómo te quedó el cuerpo? Tendrás que reconocer que no soy tan tonto como pensabas  –yo sé que lo pensabas–  y que el encargo de reformar la Ley del aborto fue una jugada maestra.

Yo sabía que te ibas a entregar a ella en cuerpo y alma y, conociéndote como te conozco, estaba seguro de que te ibas a pasar de frenada, porque mira que eres de derechas, jodío…

¡Coño, la ceniza del puro!

–Te decía, Alberto, que en el momento en que abandonaste tu cuartel de invierno, el Ayuntamiento de Madrid, donde no sólo te habías hecho fuerte, sino que te habías forjado una imagen de hombre moderado, estabas perdido.

Estabas perdido porque se te iba a  echar encima no sólo la  gente de izquierdas, que me preocupa menos, porque como dice el Jefe, siempre  andan ladrando su rencor por las esquinas, sino también las mujeres de nuestro partido, que hay algunas de armas tomar.

Hasta Marie LePen, la jefa de la ultraderecha francesa, criticó el proyecto por facha. Lo dicho Alberto, te pasaste cuatro pueblos.

Yo sólo tenía que esperar y, cuando estuviera caldeado el ambiente, anunciar que daba marcha atrás porque no habías, repito, TÚ no habías logrado el consenso necesario para una ley de ese calado y que no podía  exponerme a que la derogaran a la vuelta de la esquina. Y así,  yo quedo indemne y tú no tienes otra salida que la de dimitir.

Así que veamos: La Espe fuera de juego con su fuga de los agentes de tráfico en la Gran Vía –espero que el juez sea benévolo–,  Lola la Manchega, a lo suyo, que bastante tiene….

Por cierto, se me olvidaba decirte que ya te he perdonado por haberte postulado a suceder al Jefe.

¡De nada, hombre!

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