Antonio González-Guerrero

En enero de 1990 Luis Mateo Díez presentó en la Casa de León de Madrid mi primer libro, los cuentos de “Pobres del Sil”. Al terminar el acto hubo un ágape, donde se ofrecieron sabrosos alimentos del país natal, y donde pude hablar con diversos leoneses afincados en Madrid, muchos de ellos vinculados a las letras. Fue entonces, como en un aparte, cuando un hombre tímido y grave se me acercó, me saludó y me dijo que era Antonio González-Guerrero.

Fue la única vez que vi Antonio, y hablamos allí un rato. Me contó que trabajaba en la televisión, que viajaba bastante, que seguía escribiendo y que había ganado algunos premios. Días después, ya en Valencia, llegó a mi casa el último libro que había editado. Lo leí y me llevé toda una sorpresa porque su obra era ya la de un poeta hecho y derecho. Y digo sorpresa porque lo que yo había leído de él,muchos años antes, eran versos todavía muy noveles. Le mandé una carta de agradecimiento, no sé si cruzamos alguna más, y luego ya no supe nada de él hasta que, bastantes años después, conocí la noticia de su prematura muerte, sucedida en el año 2004.

Yo ahora, sin embargo, quiero hablar de un Antonio González-Guerrero joven y sano, cuando aún no lo conocía. Cuando él vivía en el Bierzo, o acaso en Francia, que de todo hubo. Cuando publicaba sus versos en la revista “Aquiana” de Ponferrada, donde acompañaba sus creaciones con una foto casi adolescente. Había por entonces, en los años 70, un grupo de jóvenes bercianos que manifestaban una gran pasión por los versos. Escribían mucho, se ensalzaban unos a otros, eran amigos, ganaban algún premio, incluso organizaban encuentros de poetas del Bierzo con otros de Lugo, Valdeorras o Astorga. Viajes cercanos en autocar, en los que siempre había almuerzos y versos, visitas a iglesias o castillos, alegría grande y regional a un tiempo.

Todo esto ahora parece muy remoto y lo es, y sin duda muy menor, y también lo es, pero quienes leímos aquellos versos y conocimos sus lances de amistad y peregrinación poética, aún los recordamos. Aquellos guerrilleros de la poesía eran muy entusiastas, sentían una sincera pasión por la palabra lírica y algunos casi vivían para ella, aunque tuviesen oficios diversos con los que se ganaban la vida. Otros eran estudiantes. Y otros, no pocos, no tenían trabajo.

A ellos les importaba lo principal: escribir y luego leer los versos que sentían, las palabras que daban cuenta de su corazón y su quimera. De sus gozos y asombros, de sus fugacidades y vértigos. Sin olvidar los versos de dolor y desarraigo, de infortunio y nostalgia. Un campo de tristeza y coraje donde dejaban su intenso rastro verbal los amores contrariados. Y digo eso en particular porque cuando conocí a Antonio González-Guerrero sentí, no sé por qué, que él andaba lacerado por algún desamor. Creí intuir en su mirada educada y afectuosa el cruel desamparo que late en el abandono.

Hace ya quince años que murió Antonio. Es fácil decir que nos quedan sus versos, pero lo triste es su muerte, que le privó de varias décadas de vida, y ya no tanto para escribir sino para seguir siendo uno más entre nosotros, para seguir trabajando, leyendo y teniendo amores, aunque acabaran mal. Además, él conoció amores que acabaron bien: en el placer, la entrega y la osadía, como reflejan sus versos valientes, a veces deslumbrantes, siempre enraizados en su verdad, en su herida y ensu búsqueda.

Antonio, que había nacido en 1954 en el muy poético y frutal pueblo de Corullón, fue un poeta lírico y rural al principio, y eso que se había formado como filólogo en Bélgica y en París. Luego, ya en Madrid, se volvió poeta urbano y de la buena mala vida. Del exceso legítimo, que él sabía transformar en poemas sinceros y ardientes. No debemos nunca olvidar a Antonio; valía mucho y fue muy apasionado. Un escritor que dejó algunos poemas espléndidos, cargados de vida. Era muy nuestro, muy arraigado en las aguas del Burbia. El río más literario de León; el romántico río berciano.

CÉSAR GAVELA

Print Friendly, PDF & Email