De la conmoción al estupor

“Dos mujeres ofuscadas encontraron en Isabel Carrasco el chivo expiatorio de su propia frustración” Por Fernando Aller para El Norte de Castilla

 

Se cumple una semana del asesinato de Isabel Carrasco y los hechos han transcurrido con tanta celeridad, que León ha pasado de la conmoción inicial al estupor. Siempre es difícil de asimilar mentalmente una muerte violenta por inesperada, pero todavía resulta más extraño todo lo está rodeando el suceso.
Sorprendente e increíble es el móvil. Sorprende y apena que en los obituarios publicados y en las declaraciones de los propios compañeros de partido no existan apenas referencias a los sentimientos. Sorprende y asusta el ataque despiadado contra la figura de Isabel Carrasco a través de las redes sociales, en una especie de aquelarre colectivo no solo de León. Sorprende y preocupa que se haya visto involucrada en el suceso una mujer policía local. Sorprende, en fin, la obsesión enfermiza de algunos medios de comunicación al relacionar machaconamente el asesinato con el clima social de descontento, utilizando, aviesa o ignorantemente, la crítica para culpabilizar del horrendo crimen a una sociedad masacrada por la incapacidad gestora de los políticos y que está dando signos de cordura y docilidad pasmosas. Un crimen que, por lo sabido hasta ahora, responde únicamente a la obsesión de dos mujeres ofuscadas que encontraron en Isabel Carrasco el chivo expiatorio de su propia frustración.
El móvil. El atentado no iba dirigido contra una persona por su condición de política, sino contra una persona sobre la que se había fraguado en las mentes de madre e hija una enfermiza inquina. No resulta explicación suficiente que el odio alimentado durante dos años respondiera a la finalización de un contrato de interinidad en la Diputación y a la disputa de doce mil euros. A tenor de las declaraciones de personas que la conocen, más bien cabría pensar que la madre, Monserrat, dada a la exhibición social, habría proyectado en Triana su frustrada y personal ambición por el éxito y el poder. Esto explicaría la constante presión sobre Isabel Carrasco para que su hija accediera a un puesto político. Las primeras palabras de la madre al entrar en la celda de la prisión -”pues no está mal esto”-, y su falta de arrepentimiento, denotan que no descartaba terminar entre rejas. Menos entereza ha mostrado la hija, que entró en la cárcel con lágrimas, pidiendo ver a su madre y con terror al futuro: “De aquí no salgo en la vida”, dijo.
La reacción social. Nunca se ha visto una respuesta tan deshumanizada ante la muerte como la registrada tras el asesinato de Isabel Carrasco. Los insultos en las redes sociales y las pintadas obscenas que aparecieron incluso en el lugar del crimen, no pueden responder únicamente al odio personal. Esta animadversión colectiva seguramente tiene a la clase política en general como destinataria. La queja social por la crisis y la corrupción no fue la causa del asesinato, pero sí que la muerte ha abierto inesperadas y condenables compuertas para el desahogo. Isabel Carrasco estaría sirviendo de elemento catalizador de una violencia social soterrada.
Doble frialdad. Afortunadamente un policía jubilado que presenció el crimen tuvo la sangre fría de seguir a las mujeres que habían disparado, consiguiendo dos desenlaces de suma importancia: La detención de las criminales y el aborto de especulaciones que habrían contribuido a empozoñar las elecciones europeas.
No menos llamativo ha sido el registro de escasas voces que pusieran en valor los sentimientos. Sin duda muchos se sintieron descolocados al conocer que el asesinato lo habían cometido dos afiliadas del PP. Compañeros del partido han coincidido en destacar aspectos profesionales de Isabel Carrasco. Una mujer brava, inteligente, lista, trabajadora, vehemente… Ha faltado algo más. Ha faltado humanidad, una pizca al menos para compensar el vil comportamiento de los descerebrados.

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