¿Reinserción o castigo?

 

Veintitrés de julio de dos mil cuatro, el infortunado destino de la familia Solar-Herrera de Gijón quedó sellado cuando la mamá del pequeño Borja, de seis añitos, decidió llevarlo a pasar la tarde en el parque de Isabel La Católica. No debió ocurrir nada, una bucólica tarde de estío, una madre con su niño, un parque apacible… pero, a veces, algunas veces, el destino es cruel y se ocupa de concatenar acontecimientos que confluyen de forma inexorable en la tragedia sin que nadie entienda las razones. Al filo de las diecinueve treinta, Borja se deleitaba contemplando, junto a su madre, las evoluciones de los pájaros exóticos en una jaula de grandes dimensiones. Solo transcurrió un soplo entre una mirada y otra pero cuando la mujer volvió la cabeza el pequeño estaba tendido en el suelo y de su cuello manaba un río de sangre que, enseguida, trató de atajar inútilmente taponando con sus manos mientras suplicaba auxilio. Detrás de tan aterradora escena, sin articular palabra, Ramón del Barrio López contemplaba lo que acababa de hacer mientras sostenía el cuchillo de grandes dimensiones con el que había degollado al niño abordándolo por la espalda de forma fulgurante. Ramón del Barrio tenía por entonces treinta y tres años y ya contaba con un amplio historial psiquiátrico. Aquella fatídica tarde “por mandato divino” eligió su víctima al azar y sólo se percató de la dimensión de sus acciones cuando ya estaban consumadas, entonces dijo “Dios mío, qué he hecho”. Los servicios asistenciales nada pudieron hacer sino verificar que la vida de Borja había llegado a término, de forma inesperada, en brazos de su madre que gritaba de impotencia y de dolor. En diciembre pasado, cuando había cumplido tan solo doce años de reclusión, Ramón comenzó a disfrutar de permisos carcelarios y en dos años más estará en libertad total.

Os pongo como ejemplo este caso porque me parece muy representativo de las anomalías que, a mi modo de ver, presenta nuestro sistema judicial y punitivo para protegerse de aquellos que incumplen las Leyes y delinquen así como para evitar el daño que pueden causar o causarse quienes no pueden evitar delinquir por cuestiones de salud mental. Analicemos el ejemplo introductorio: Ramón es un sociópata de quien los expertos afirman que puede repetir sus acciones nada más que prescinda de medicación pero, legalmente, no se le puede retener más allá de lo establecido ni tampoco puede ser controlado sin conculcar sus derechos; por tanto, a sus conciudadanos no les queda otra sino esperar resignados, con el corazón en un puño, que no vuelva a dejar de tomar su medicación y que otro mandato divino no le ordene degollar a alguien, así de crudo.

Si bien pienso que hay muchos delitos de actualidad que no están suficientemente castigados, como la toma indiscriminada de la calle, la sedición, el asalto a la propiedad pública o privada…, me quiero centrar en dos temas concretos: el asesinato/homicidio y el delito por enfermedad mental. Respecto al asesinato/homicidio soy muy claro; para un creyente sólo Dios tiene el derecho de dar o de quitar la vida y para un no creyente igualmente la vida debe estar por encima de otras consideraciones; es por eso que mis ideas son tajantes, quien quita una vida debe ser encerrado a perpetuidad y sin remisión. La vida no es recuperable y, por tanto, la única pena suficiente para pagar el hurto de una vida debe ser, en cierto modo, equivalente si se trata de hacer justicia. Nunca he sido partidario de la pena de muerte, primero porque también en eso me funciona la teoría que nadie puede arrebatar una vida y que la sociedad no puede rebajarse al mismo nivel que el asesino con objeto de castigarlo y segundo porque un solo inocente condenado a tal pena por error me bastaría para no considerarla justa. No obstante lo cual, en el tema del asesinato/homicidio no creo en un sistema de reinserción sino en un sistema tajantemente punitivo, cadena perpetua para quien mata a un semejante me parece lo justo y aceptable. No podemos descomponernos de indignación y de rabia cada vez que ocurre algo tan nefando como lo de Denise Thiem o lo de las pobres criaturas Bretón y después relajarnos hasta la próxima, se debe legislar ya la cadena perpetua. Es obsceno que, por miedo al populismo, el sistema sea más benévolo con el verdugo que con la víctima y resulta vomitivo observar cómo asesinos en serie se pasean orgullosos de sus actos y se toman unos txakolís tranquilamente por en cualquier herriko taberna.

En cuanto al tema del delito por enfermedad mental, como el caso que iniciaba este artículo, el vacío es tan inmenso que no sólo se trata ya de un simple vacío legal sino de un evidente vacío asistencial que pone en la calle a enfermos que deberían estar bajo atención psiquiátrica continuada por su propio bien, por el bien de sus familiares y por el bien de la sociedad. Resultan desgarradores algunos casos cuando se ha llegado, por esa falta de atención, a episodios realmente dramáticos.

Pienso que la sociedad es claramente partidaria de un sistema punitivo de máximo rigor contra el asesino/homicida y más partidaria del sistema de reinserción para otros delitos pero endureciendo las penas bastante más de lo que hoy comprenden; tan solo la cobardía de unos políticos en el poder interesados en no fomentar el cabreo de algunos grupos de presión que todos tenemos en mente nos priva hoy de tener un sistema judicial mucho más duro contra el delito y más justo con la víctima del mismo.

 

 

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