El de Martín, ¡qué gran empeño!

 

Sigo tentado a coger el teléfono, y preguntarle por el nombre antiguo de cualquier calle, o sobre ese autor astorgano del que uno no sabe dónde hallar unos datos fundamentales. O bien, enviarle un correo electrónico y demandarle si posee este u otro documento sobre un acontecimiento.  Ha pasado un año, se cumple este viernes 18, mediado septiembre y, aunque a ratos clarea,  los cielos estos días aún están más tupidos y llorones que la solemne tarde de su último paseo, del ayuntamiento a la catedral, y de la catedral al camposanto; al camposanto –donde reposa don Augusto–,  acompañado de numerosos astorganos y representaciones,  y por la Banda Municipal con sus fúnebres compases, bien arropado por  una bandera y una medalla en la orfandad.

El último hilo que discurría desde la generación de Astúrica y El  Fresco a la de  La Saeta y Humo, hasta nuestros días, y con el que se iba fundamentando el día a día de  nuestra historia más contemporánea, se ha quebrado. Así es, los artículos, las crónicas semanales de Martín, en este o en otro periódico, una vez perdida la radio, nos iban dando cuenta ininterrumpida del presente y del pasado, y no había acontecimiento, o personaje de valía astorgano, que quedase en el olvido. ¡Qué empeño el suyo por nuestra ciudad y sus moradores!

Cierto es que las definitivas ausencias no lo son del todo si permanece su huella, que en el caso de Martín Martínez son los escritos, los tratados, pero ante todo lo que uno aprende de una actitud ante la vida, en la profesión,  en el trato y en la convivencia. Creo que no andaré desacertado si digo que guarda parentesco, como cronista, con don Matías Rodríguez, aquel  maestro capaz de publicar novedosos manuales para la enseñanza y la Historia de Astorga, en una primera edición y en otra segunda ampliada.  Sin demérito de los demás cronistas que la ciudad ha tenido, personalidades de un bagaje cultural y publicaciones sobre la ciudad y su diócesis, encomiables –don Marcelo Macías, don Luis Alonso Luengo–.

Don Matías y Martín fueron dos cronistas “a pie de calle”, residentes en la ciudad y de gran eficacia antes de su distinción municipal, con la que la ciudad se honró a sí misma;  fue disfrutada por el venerable maestro menos de seis años y por el insigne periodista ocho. Los dos, pateando las calles, participando en los acontecimientos,  hasta el último aliento: don Matías, octogenario, consciente de que debía dejar todo un corpus histórico y  documental sobre la fecunda historia astorgana; Martín, en la madurez, con su semblanza minuciosa de autores astorganos, y ya con la salud muy maltrecha con su participación para cuajar la asociación que debería ser capaz de mostrar una historia cultural esplendorosa en la casa de los Panero, con su emotivo y aleccionador  “Pregón” y con  su conferencia conmemorativa  sobre Gaudí; sin dejar a un lado sus habituales crónicas.

Ha pasado un año y parece inevitable, al recordar la despedida, que fue entre oraciones y flores, lágrimas y emociones contenidas, manifestar la pena;  pero mejor será dejar a  un lado la tristeza, que no la añoranza,  y celebrar  una vida fecunda, en lo personal, en lo familiar y en la querencia por esta tierra. Algún día habrá que reconocer y festejar esta querencia,  de la que hemos recibido para siempre su enseñanza y su canto.

 

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