Discurso del alcalde en el homenaje al Imperial Alejandro

Saludos:
Excmo. Sr Embajador de la Federación de Rusia en el Reino de España, don Yuri P. Korchagin y resto de autoridades…
Muy buenos días a todos ustedes.

Estamos hoy aquí, en el lugar que representa los máximos valores cívicos y políticos de nuestro Municipio, en un, queremos, señalado acto institucional de recuerdo y amistad, entre la Embajada de la Federación de Rusia en España y el Ayuntamiento de Astorga.
Hace dos siglos, dos viejas naciones y pueblos europeos, España y Rusia, situadas en los dos extremos del viejo continente, capitalizaron la resistencia militar y política contra el agresivo imperialismo militarista francés de Bonaparte, el cual, luego de traicionar los ideales de paz, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, aspiraba a dominar Europa.
Imperialismo agresivo que llenó de destrucción a nuestro continente entre 1799 y 1815, causando en España la muerte de 500.000 de sus habitantes, de una población de apenas 12 millones a comienzos del siglo XIX.
Hace ya más de doscientos años, en 1808, cuando los altos poderes de la monarquía y el gobierno español se desmoronaron y faltaron a su deber para con los españoles, admitiendo cobardemente la invasión francesa y el cambio de dinastía, sin el consentimiento de ese mismo Pueblo Español, fueron los pequeños y humildes Ayuntamientos de las Provincias, el último escalón político, como hoy, del estado, los que se negaron a aceptar dicha agresión y se alzaron en armas, convirtiendo con esa acción y la posterior convocatoria de Cortes Generales y Extraordinarias en Cádiz, a España en una Nación.
Legítimo es, pues, hoy, el que desde este Ayuntamiento (uno de los primeros de España desde el que también se llamó a los españoles a resistir la usurpación bonapartista, el 5 de junio de 1808) podamos y debamos hacer homenaje, en compañía de su Excelencia el Sr Embajador de la Federación de Rusia en España, a aquel contingente de soldados españoles que llegados a Rusia, tras muchos avatares, formaron el regimiento Imperial Alejandro, el cual llegaría a nuestra ciudad en el invierno de 1813.
Los pueblos de España y su Ejército en este gran capítulo de las Guerras Napoleónicas (que los españoles siempre llamaremos Guerra de la Independencia) se enfrentaron de forma ininterrumpida y directa durante cuatro años, entre 1808 y 1812, y prácticamente en solitario en Europa, a las fuerzas imperiales napoleónicas. Si la tradición nos dice que Rusia, además del valor, abnegación y combatividad de sus soldados y ejército y la pericia de sus mandos, contaron con la ayuda del “general invierno”, se cuenta también que los españoles lo hicieron con la ayuda del “general no importa”, ante cada revés o derrota momentánea frente al invasor.
El ataque de Bonaparte a Rusia en el verano de 1812 posibilitó el rápido acercamiento y alianza entre el Imperio Ruso y el Reino de España. Así, apenas un mes después del cruce del río Niemen por las tropas napoleónicas, el 20 de julio de aquel mismo año fue suscrito entre las dos potencias, situadas en los dos extremos de Europa, un tratado de unión, amistad y alianza defensiva y ofensiva entre el “Emperador de las dos Rusias y su Majestad Católica de las Españas e Indias”, que tenía como objetivo fundamental la lucha común contra el ejército de Napoleón. El «Tratado de Amistad, Unión y Alianza» entre Rusia y España, no se firmó en San Petersburgo, sino en la ciudad de Velikie Luki, y fue suscrito por parte española por el embajador Francisco Zea Bermúdez y por parte rusa por Nicolás de Romanzoff, canciller del imperio. En el mismo se establecía que entre el “Rey de España y de las Indias» y «el “Emperador de todas las Rusias», así como entre sus sucesores y sus monarquías, habría en el futuro «no solo amistad» sino sincera unión y alianza, y que las dos partes se ayudarían en la defensa de sus intereses recíprocos y harían «una guerra vigorosa al emperador de los franceses, su enemigo común». Por otra parte, el Tratado comprometía a ambos estados a colaborar en todo lo que pudiera ser ventajoso para ambas partes y a restablecer de inmediato las relaciones comerciales, así como a trabajar para aumentarlas. Además, en su artículo 3º el tratado decía textualmente: «S. M. el emperador de todas las Rusias reconoce por legítimas las Cortes Generales y Extraordinarias reunidas actualmente en Cádiz, como también la Constitución que estas han decretado y sancionado».
Dicho tratado fue recibido con gran alegría en las Cortes de Cádiz y en toda España. El júbilo de los patriotas españoles estaba justificado, pues con el citado tratado Rusia se convertía, en la práctica, en el primer país que oficial y explícitamente reconocía la obra de las Cortes y la Constitución de Cádiz promulgada por los representantes del Pueblo Español el 19 de marzo de 1812.
Fue, por lo tanto Rusia, merced al tratado de Velikie Luki,  la que proporcionó a España el primer reconocimiento internacional (antes que otras potencias occidentales europeas más próximas) de su revolución política, dando pie también, a las que, posiblemente, sean las primeras traducciones de la Constitución de 1812 a otros idiomas, puesto que, ese mismo año y casi con toda seguridad por encargo del zar Alejandro I, se editaron en San Petersburgo dos traducciones de la Constitución de la Monarquía Española, una en francés y otra en ruso.

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Sr. Embajador, se ha hablado desde la historia y desde la geografía que España es un continente en miniatura, dotado de una gran diversidad de paisajes, climas y culturas. Una Nación que se formó a partir de la unión de cinco reinos, como así nos muestra el escudo heráldico de nuestra enseña nacional. Unidad política, querida y conseguida hace más de medio milenio, como al igual sucede con la actual Federación de Rusia.
Verdaderamente, Europa no se puede comprender, ni conocer, en su mismo ser, sin la aportación de nuestras dos Naciones, España y Rusia, a su historia, sus artes y a su misma trayectoria política.
España, al igual que Rusia, han protagonizado siglos de intensa implicación en el devenir del corazón de Europa, con otros de retraimiento y de aislacionismo sobre sí mismas; aislamiento al que España daría comienzo precisamente con el fin de las Guerras Napoleónicas, cuando destrozada, tras haber logrado diezmar y expulsar al invasor, sus sacrificios no fueron reconocidos por el resto de potencias vencedoras en el Congreso de Viena. A lo que se sumarían los penosos reinados de la dinastía Borbón en el siglo XIX y comienzos del XX.
Sr. Embajador, Sras. y Srs., éste que se dirige hoy a ustedes, recordará siempre aquella anécdota histórica que leyó en su época de estudiante universitario, protagonizada en los años 60, en plena Guerra Fría, por el Presidente de la República Francesa y un diplomático norteamericano. Cuando en la conversación trabada entre ambos, el estadounidense mencionaba continuamente a los soviéticos, Charles De Gaulle, con aplomo, le respondía refiriéndose a los rusos. El diplomático quiso corregir al Presidente francés, a lo que éste (aunque declarado anticomunista) le replicó insistiendo en hablar de Rusia y no de la Unión Soviética, añadiendo De Gaulle:
“Las Ideologías pasan, los Pueblos permanecen” 

De Gaulle, sin ser profeta, profesor de ciencias políticas, ni historiador, demostró tener razón, como los años finales del siglo XX nos han enseñado.
Efectivamente las ideologías nacen, evolucionan y algunas de ellas, las que no se enmarcan en la defensa de las libertades individuales, políticas, sociales y de conciencia, y en la igualdad de los ciudadanos, declinan y acaban desapareciendo.
Humildemente, me atrevo afirmar también que, como defendía el filosofo alemán Hegel, hay algunos pueblos, grandes pueblos, que por determinadas circunstancias, logran formar naciones que, aún con periodos de crisis y decadencia, perviven también en el tiempo, protagonizando periodos de la historia en los que su aportación al devenir y el progreso de la civilización es reconocida.
En dicha categoría, en el seno de la historia de Europa, se encuentran Rusia y España.
Hay que recordar y nunca olvidar que Rusia, los Pueblos de la actual Federación Rusa, contribuyeron decisivamente, en dos ocasiones a la derrota del imperialismo hegemónico alemán en el siglo XX.
En la Primera Guerra Mundial, la República Francesa consiguió evitar la derrota en el verano de 1914 ante los ejércitos del káiser Guillermo II, gracias a que el Ejército Imperial Ruso, aún sin estar preparado, atacó abnegada y repetidamente en Prusia oriental, desviando hacia el frente del este a fuerzas alemanas que marchaban sobre París. Sin la ayuda de Rusia el “Milagro del Marne” nunca hubiera tenido lugar.
Al igual sucedió en 1915 y 1916, hasta que, exhausto, el Imperio Ruso se encaminó a la Revolución de 1917.
En la Segunda Guerra Mundial (llamada por los pueblos de la Federación Rusa la “Gran Guerra Patria”), la derrota del criminal régimen totalitario del nacionalsocialismo alemán hubiera sido imposible sin el terrible sacrificio y perseverancia de los Pueblos de la actual Federación Rusa y del Ejército Soviético; lucha terrible en la que perdieron la vida más de 20.000.000 millones de sus soldados y civiles.
Normandía tampoco hubiera tenido lugar, ni éxito para el resto de los ejércitos aliados occidentales, sin unos ejércitos alemanes desangrados en el frente del este de Europa.
Al igual que a España tras las guerras napoleónicas, a Rusia en el siglo XX, no se le ha reconocido por el resto de Europa su esfuerzo y sacrificios en las dos guerras mundiales.

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Hoy, y desde hace medio siglo, buena parte de los pueblos de Europa se encuentran inmersos en un lento y complejo (a veces discutido, pero sinceramente creemos que necesario) proceso de unificación.
Sobre la llamada Unión Europea (a la que España pertenece) hay que decir, no obstante, que Europa, la vieja y sabia Europa, es mucho más amplia y grande, pues sus límites no acaban en Polonia o las Repúblicas bálticas, sino que llegan, como siempre se ha enseñado a los niños españoles en la escuela, hasta los Urales.
A ese ser e historia de Europa pertenecen, por derecho propio Rusia y buena parte de los Pueblos de su Federación, y hoy aquí, desde este pequeño rincón de Europa y de la Nación Española, desde esta Ciudad de Astorga, que fue fundada hace 2030 años por el primer emperador de Roma, afirmamos que desde España y Europa siempre se ha estimado y querido, a pesar de la lejanía geográfica, a pesar de las ideologías y los cambiantes intereses hegemónicos, a Rusia y a sus pueblos; sentimientos que pedimos al sr. Embajador don Yuri P. Korchagin, sepa transmitir a sus compatriotas.
Sentimientos y agradecimiento que, hoy aquí, en el Salón de Plenos Municipal del Ayuntamiento de Astorga, renovamos ante Ustedes, sr Korchagin, con motivo de la humanidad y solidaridad con que el Gobierno y el Ejército Rusos de 1812 supieron tratar a nuestros compatriotas del Imperial Alejandro; soldados sin patria, que, gracias a la generosidad rusa, fueron tratados como aliados y pudieron regresar a España.

Muchas gracias.
Arsenio García Fuertes, Alcalde de Astorga

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